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Actualizado: 16 de junio de 2025
Se levantó, vacilante, los ojos extraviados, y a Agapo, que, asustado, le cortó el paso, con un ademán le rechazó, diciendo, entre dientes, que se iba, que se iba... ¡Ajo! exclamó el otro persistiendo en detenerle, no, así no te vas, me das miedo, Quilito, ¿qué tienes? bien me pareció desde un principio que había algo de extraño en ti. Déjame, déjame...
Dio un paso atrás Anita, decidiendo no entrar en el teatro de su marido... pero su falda meneó algo en el suelo, porque don Víctor gritó asustado: ¡Quién anda ahí! No respondió Ana. ¿Quién anda ahí? repitió exaltado don Víctor, que se había asustado un poco a sí mismo con aquellos versos fanfarrones. Y algo más tranquilo, dijo a poco: ¡Petra! ¡Petra! ¿Eres tú, Petra?
Pasan las horas, la lámpara se apaga, Martín se ha quedado dormido en su espera y sueña con la vuelta de su hermano... Al día siguiente por la mañana, lo despiertan. Asustado y tembloroso, mira a su alrededor. Sus ojos se posan sobre la cama vacía, en la que su hermano debía acostarse, su primer lecho después de seis semanas. Se deja estar allí tristemente, de pie, con la mirada fija.
Hacia un instante que la señorita Guichard estaba agitada y moviendo los pies como si quemase el suelo. Al oir las últimas palabras no pudo contenerse y exclamó en voz alta: ¡Mal aconsejado! ¡mal aconsejado! ¿Por quién? Cálmese usted, querida señorita, dijo con aire asustado la alcaldesa.
Entonces el santo varón hizo un esfuerzo para vencer su inercia terrorífica, se sacudió todo y con una fuerte voz dijo: «Niña mía, ¿a dónde vas? ¡Ay! exclamó ella sobresaltada, dando un chillido . Me ha asustado usted. Yo creí que estaba sola». ¡Sola! Según eso, D. José era un mueble. Esta idea causó al infeliz viejo grandísima aflicción. «¿Pero qué haces, mujer? ¿Te has vuelto loca?
Los tres aventureros reunidos volvimos a Lúzaro, cansados, destrozados. En mi casa no pude ocultar la aventura; tuve que contarlo todo. Mi madre y la Iñure se hacían cruces. ¡Qué chico! ¡Qué chico! decían las dos. Desde aquel día Joshe Mari Recalde comenzó a mirarme con gran estimación. El no haberme asustado tanto como él en la cueva del Izarra le parecía, sin duda, una gran superioridad.
Cosa muy seria es ésta de oír hablar a un difunto. Por la mañana se acercó nuestro asustado religioso al comendador de la orden y le refirió, sueño o realidad, lo que le había pasado. Nada se pierde, hermano contestó el superior , con que vea a Guruceta. En efecto, mediodía era por filo cuando fray Antolín llegaba al mostrador del comerciante y le hacía el reclamo consabido.
Entró el correo sudando y asustado, y, sacando un pliego del seno, le puso en las manos del gobernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quien mandó leyese el sobreescrito, que decía así: A don Sancho Panza, gobernador de la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su secretario. Oyendo lo cual, Sancho dijo: ¿Quién es aquí mi secretario?
La tía, aunque no sea más que por vergüenza, se apresurará a sacarla... De lo demás yo me encargo. Todo eso está muy bien dijo el conde después de una pausa, mirando con cariño a su hija. Sólo hay un punto negro. Ya lo sé; el madrugar, ¿verdad? Yo me encargo de despertarte... ¡No, no! exclamó asustado. Prefiero ir directamente a casa de la prima. ¡Qué hombre tan perezoso!
Viendo que no hay posibilidad de escapar, la joven se agazapa como un polluelo, asustado; y cuando él, triunfante, la toma en brazos, su cuerpo esbelto se yergue como si, al contacto de Juan, la sacudiese una conmoción eléctrica.
Palabra del Dia
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