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Actualizado: 16 de junio de 2025
El Nacional, asustado por la indignación de la madre de Gallardo y conmovido por las lágrimas de Carmen, que lloraba silenciosa, ocultando su cara tras un pañuelo, se defendía torpemente. Pero al escuchar las últimas palabras, se irguió con gravedad sacerdotal.
El Arcipreste había abierto la boca al oír a De Pas que la Regenta estaba en la catedral, según le habían dicho, y que él no había corrido a saludarla y a confesarla, si a eso venía, como era de suponer. ¿Pero qué pensará ese ángel de bondad? gritaba don Cayetano, asustado de veras. Era inútil.
¡Pero, hombre, siéntate! decía el doctor asustado al verle ir y venir por el despacho como un loco. No golpees los muebles. Ya sé que de un puñetazo eres capaz de romper esa mesa. No los has matado y has hecho muy bien. ¿Acaso eres tú el primero, ni serás el último, de quien se burle una pájara de esas? Sigue contando... sigue.
¡Qué! buscar postas y marcharnos á Barcelona; embarcarnos allí y plantarnos en Nápoles. ¿Tenéis miedo? Os confieso que estoy asustado. ¿Por lo de don Rodrigo...? No, por lo de la corte... cosas se están preparando... cosas inevitables... sería necesario ser un Dios. Pues yo no me voy, á no ser que se viniera conmigo doña Clara.
Quedó revuelta la gente en la plazoleta, rodaron las mesas, enarboláronse varas y garrotes, poniéndose cada uno en guardia contra el vecino, por lo que pudiera ocurrir; y mientras tanto, el causante de toda la zambra, Batiste, permanecía inmóvil, con los brazos caídos, empuñando todavía el taburete con manchas de sangre, asustado de lo que acababa de hacer.
¿Por qué me retiras tu mano?... ¿No te tiendo yo la mía, y soy el ofendido?... ¿No has venido a reconciliarte conmigo?... Sí, sí, Álvaro murmuró ella. A eso he venido... Me has asustado... Perdóname, Joaquina... ¡Si supieses qué alegría me causa el oír tu voz!
Si esta tarde hallo un coche, esta tarde me voy. ¿Y confía usted sacar partido de su amistad con ese desollado masón?... ¡Pero qué amigos tiene usted!... Estoy asustado. Creo que podré conseguir algo. Pero ¿de veras va usted?... Ya está decidido. Yo soy así afirmó el caballero dando algunos paseos de un ángulo a otro en la polvorosa estancia. ¿Quiere usted cartas de recomendación?
Cuando se aburría de las muñecas, tomaba su libro de cuentos, y llegaba el caso de referir lo que leía sin olvidar un detalle, condimentando su relación con observaciones propias, siempre atinadas. Don Bernardino, asustado de esta precocidad, hablaba con terror de la meningitis.
Viendo que no había nadie a quien pedirla, fue y la cortó. Tan pronto como la había cortado, se le apareció un oso tan grande que retrocedió asustado. 35 ¿Quién te ha dado permiso para cortar esta flor? le dijo el oso.
¿Cómo? ¿yo? exclamó asustado. Pero, mujer, ¿no comprendes que eso puede engendrar sospechas? La dama se obstinó. Que sí, que había de ser padrino. Si sospechaban, buen provecho. A ella le tenía sin cuidado. Pero viéndole realmente afligido cambió de idea. No te apures, hombre, no te apures dijo dándole un tironcito a la barba.
Palabra del Dia
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