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Actualizado: 30 de abril de 2025
Las pobres, si de esta feria hablan mal, tienen razón; pues hay bastante materia para tan justa aflición." 953 Cuando me llegó mi turno dije entre mí: "Ya me toca", y aunque mi falta era poca no sé por que me asustaba; les asiguro que estaba con el Jesús en ia boca.
No obstante, Nucha, con paso resuelto, fue derecha al caos húmedo y medroso, y, con la voz ahogada y conmovida de los que acaban de obtener un gran triunfo sobre sí mismos, gritó: Aquí está el arcón.... Que me lo suban después.... Salió muy animada, satisfecha de su resolución, vencedora en la lucha cuerpo a cuerpo con el caserón que la asustaba.
Entre el señor Rosendo y su triste laconismo; la tullida y su tiranía doméstica; Pepa la comadrona, que lo asustaba de puro gorda, y lo crucificaba a chistes, o Amparo, desde luego se declararon por esta sus simpatías. Todas las tardes, con el cilindro de hojalata terciado al hombro, iba a buscarla a la salida de la Fábrica.
Subió la enana a su celda, y la algazara de las recogidas le anunciaba por el camino las diabluras de Mauricia, que tenía el ratón vivo en la mano y asustaba con él a sus compañeras. Costó algún trabajo restablecer el orden y que Mauricia diese muerte a la víctima y la arrojase.
No pasó el 22 sin que a ratos revelara con hondos suspiros una aprensión muy grave. Por San Juan ya los ratos de tranquilidad eran los menos, y la marquesa anunció a su amiga, confidencias muy desagradables. Esta se asustaba oyendo tales augurios, y veía venir una nube más negra y tempestuosa que la pasada.
Y aquella cita fuera de la casa de la comedianta, entre ésta y el bastardo de Osuna, en que intervenía el tío Manolillo, asustaba á Quevedo. Por la primera vez de su vida procuró correr. No pudo; pero por la primera vez de su vida, á pesar de la defectuosa configuración de sus pies y de sus piernas, anduvo de prisa. La calle á donde se encaminaba estaba cerca de un extremo de Madrid.
En seguida respondió: No, la conocí antes. Su padre fué quien me llevó á América. Tragomer se quedó desilusionado. Esperaba que Sorege, bruscamente atacado, tendría miedo, perdería la cabeza y negaría el viaje, ó aparecería, al menos, turbado por aquella pregunta inesperada. Pero su adversario no perdía la cabeza tan fácilmente y jamás se asustaba. Cristián tuvo muy pronto la prueba.
Se diría que doña Luz procuraba taparse los oídos interiores del alma, y que, a pesar de esto, oía a veces una voz honda, delgada y penetrante, que la zahería, diciendo: «¿Es posible que hayas sido tan vana que hayas imaginado que te amaba este bendito siervo de Dios? ¿No es ridículo que te hayas atormentado de puro presuntuosa, calculando los estragos de un mal involuntario que suponías haber hecho? ¿No temes que el diablo se ría de ti, y que Dios también se ría, si en Dios cabe risa, cuando miren en lo interior de tu conciencia y vean cuánto te halagaba, a la par que te asustaba, la fatua invención de que ibas a matar de amor y de celos a este pobre fraile?
Su primo había realizado todos sus deseos: una flota en el mar, altos hornos de fundición junto á la ría, casi todo el mineral de Vizcaya monopolizado por él, y el dinero acudiendo á sus manos, embriagándolo con la borrachera de la fortuna. La madre de Aresti había muerto mientras él estaba en París: había languidecido, como su cuñado, en aquel ambiente de grandeza que la asustaba.
Al pasar repentinamente a la categoría de persona sui juris, la pobre Niña había experimentado desazón increíble: todo le asustaba, todo era conflictos de los cuales le parecía imposible salir; echaba menos aquellas ásperas reprensiones que, si la hacían derramar abundantes lágrimas, habían reprimido saludablemente sus juveniles arranques y cortado los funestos resultados que pudiera acarrear su inexperiencia.
Palabra del Dia
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