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Actualizado: 30 de abril de 2025
«No obstante, se decía a sí mismo, animándose al ataque, mi mujer ya no va para santa; respeto como antes su piedad, pero ya no me da miedo; ya es una devota como otras muchas, va y viene, y no se detiene; la novena, la misa, la cofradía, la visita al Santísimo... pero ya no tenemos aquellas encerronas con que a mí me asustaba, como si tuviéramos un para-rayos en casa.
Porque cada minuto que transcurría para él fuera de su casa, era un tormento para el cocinero mayor. Aturdido, no había meditado que necesitaba dar una disculpa á la madre abadesa, por aquella carta que la llevaba del padre Aliaga. Montiño no sabía lo que aquella carta decía; iba á obscuras. Esto le confundía, le asustaba, le hacía sudar.
Este no me asustaba, sino el mocetón de allá abajo... No entiendes nada de esto, Rojillo me dijo mi camarada riéndose. Y sin temor ninguno, con las alas abiertas de par en par, alzó el vuelo casi entre las piernas del terrible cazador de las patillas.
Lo que más picante le parecía, lo que venía a remachar el clavo de la felicidad, era el contraste de Serafina, quieta, cansada y meditabunda, con Serafina en el éxtasis amoroso: esta mujer, toda fuego, que asustaba con sus gritos y sus gestos de furiosa de amor; que hablaba, mientras acariciaba, con una voz ronca, gutural, que parecía salir de la faringe sin pasar por la boca, y que decía cosas tan extrañas, palabras que, aunque pareciera mentira, aún eran excitantes en medio de los hechos más extremosos de la pasión; esta mujer, diablo de amor, cuando el cansancio material irremediable sobrevenía y llegaban los momentos de calma silenciosa, de reposo inerte, tomaba aire, contornos, posturas, gestos, hasta ambiente de dulce madre joven que se duerme al lado de la cuna de un hijo.
Carmen no correspondió al afecto de Pablo, sea por que su educación, extremadamente recatada, la hiciese muy tímida todavía para los asuntos amorosos, sea, lo que yo creo más probable, que la asustaba la ligereza de carácter del joven, muy dado a galanteos, y que había ya tenido varias novias a quienes había dejado por los más ligeros motivos.
Volvió al balcón, a espiar las palabras y los movimientos de aquel borracho a quien despreciaba todo el año y que aquella noche, sin que él supiera por qué, le asustaba y le irritaba. Otras veces, a la misma hora, le había sentido en la calle murmurar imprecaciones, mientras él velaba trabajando; pero nunca había querido levantarse para oír las necedades de aquel perdido.
Clara había vuelto á salir de paseo con Lucía y acompañada del Comendador y de Doña Antonia; pero Clara estaba cambiada. Su palidez y su debilidad eran para inspirar serios temores. Su distracción continua asustaba también al Comendador.
Fortunata no sabía qué decir, ni qué cara poner, ni para dónde mirar; tanto la asustaba y sobrecogía la presencia de la respetable dama y la presunción del grave negocio que en aquella conferencia se iba a tratar.
Notando Juanita que doña Inés se asustaba un poco al verla y al oírla tan bárbaramente bíblica, prosiguió sonriendo: Pero no te apures ni te sobrecojas. No será menester tocar en tales extremos; no llegará la sangre al río. Aunque será severa la lección que yo dé, no pasará a ser tragedia, y quedará en sainete.
¡Sí, pero vende mucho! ¿Y qué me dices de la señorita de Aurigney? ¡qué radiante hermosura! ¡y tan distinguida! Muy distinguida, sin duda... ¡pero tan glacial! ¡Magnífico! ¡ahora salimos con lo glacial! Hace un momento era Venus quien te asustaba... ahora es lo contrario... ahora es el hielo... ¡pero, entonces, hijo mío, tienes miedo de todo!... ¿qué significa esto, caballerito?
Palabra del Dia
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