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Mientras lord Gray respondía a ciertas enfadosas preguntas que le hizo Ostolaza, doña María llamó a sus hijas y dijo a Asunción, no tan por lo bajo que yo dejase de oírlo: Mira, Asunción, habla con lord Gray un ratito; coge con disimulo el tema de la religión y sondéale, a ver si es cierto que está dispuesto a abjurar sus errores, por abrazarse a nuestra santa doctrina.

Pronto divisé un grupo de niñas de su misma edad que se aproximaba; en el centro venía una completamente enlutada, morenita, con grandes ojos negros y profundos que debía de ser la causante de los temores de Asunción. Luisa se levantó a recibirlas y echó una carrerita para cambiar con ellas buena partida de besos cuyo rumor llegó hasta mis oídos. Asunción no se movió.

Esta afición la tengo desde muy niño repuse y nadie puede apartarla de porque sobrevive a todas mis alternativas y desgracias. Inés miraba a cada instante el grupo formado por el inglés y Asunción. También doña María volvió allá los ojos, y dijo: Hija, basta ya. No marees al buen lord Gray. Ven a mi lado.

Luisa, sin embargo, se resolvió a hacer lo que pretendía a despecho de su amiga, y llegándose a Lola, le dijo: Mira, Asunción tiene que decirte una cosa; ve a sentarte junto a ella. Lolita se vino hacia la melancólica niña y le preguntó cariñosamente tocándole la cara: ¿Qué tienes que decirme, Chonchita?

Asunción y Presentación, al oír que yo era una especie de santo, me contemplaron con admiradas. Yo las miré también. Estaban tan bonitas, más bonitas que en Bailén; pero oprimidas bajo la exagerada pesadumbre de la autoridad materna, sus hermosos ojos estaban llenos de tristeza. Sin que su madre lo advirtiera, dijéronse algunas palabras por lo bajo.

Los frailes, que la habian mirado de cerca, no habian visto otra cosa que pinceladas de almazarron, pegones de albayalde, y casi todos habian vuelto la espalda al gran maestro. Pero el cuadro subia, y á medida que iba subiendo, se transformaba de una manera portentosa. La pintura se sitúa en su lugar, la Vírgen aparece, el lienzo brilla, la ASUNCION llena todo el convento.

A este tiempo en la ciudad de la Asunción el R. P. M. Fr. Joseph de Zerza, comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced, amigo muy íntimo del siervo de Dios, por haber sido su discípulo en la filosofía, le vió entrar en su celda y le dijo con tierno afecto: Hijo, encomiéndame á Dios, porque me hallo en grandes angustias.

Adriana sintió algo semejante a la sensación de irrealidad que le sobrevino algunas veces, en la paz conventual, cuando se ponía de rodillas ante el Jesusito del claustro. Le pareció, de pronto, que se transportaba en cuerpo y alma a una región ideal. Pensó en el milagro de la Asunción. ¿"Estoy loca"? se dijo con un sobresalto dulcísimo.

Aquí Asunción cesó de hablar, y Lola, que la escuchaba con tristeza y curiosidad, aguardó un rato a que continuase, y viendo que no lo hacía, le preguntó: Pero, ¿por qué me decías que después de contármelo no iba a darte más besos y todas aquellas cosas? Al contrario, ahora te quiero más... mira como te quiero. Y Lolita al decir esto le daba apasionados besos.

Amaranta hizo pasar a lord Gray a una estancia inmediata y al instante me llamó a su lado. El inglés afectaba tranquilidad; mas la condesa adivinando sus propósitos, le desconcertó al momento. Ya a que viene usted le dijo . Sabe que Asunción ha entrado en mi casa... Por Dios, lord Gray, retírese usted. No quiero tener nuevas ocasiones de disgusto con doña María.