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Actualizado: 10 de julio de 2025
Hija de mi alma, yo no tengo ni un clavo ni una astilla, pero le juro a usted por mi salvación que un domingo me salgo por las afueras y robo una teja para llevársela a usted... robaré dos, tres, una docena de tejas... Y hay más.
Cada cual recordó allá en sus adentros alguna de las varias sentencias vulgares que sostienen como verdad la transmisión de la culpa por medio de la sangre: de tal palo, tal astilla; la cabra tira al monte; quien lo hereda, no lo hurta; de casta le viene al galgo el ser rabilargo, y así la madre, así la hija y así la manta que las cobija.
Este otro es moscatel de Siracusa, vino del que se embriagaba el Cíclope para consolarse de los desdenes de Galatea, con el que Arquímedes se inspiraba para sus más raras invenciones y del que siempre bebía Teócrito antes de componer sus idilios. No os pasméis, señores, de mi notable erudición. No en balde soy la discípula predilecta de donna Olimpia. De tal palo tal astilla, como suele decirse.
El buey suelto... D. Gonzalo González de la Gonzalera. De tal palo tal astilla; 4 y 4,50 pesetas. Escenas Montañesas; 4 y 4,50 pesetas. Borrones ejemplares, miscelánea de artículos, cuentos, parábolas y sátiras; 1883, 8.º, 2,50 y 3 pesetas. Sacramento y concubinato: novela original, de costumbres aragonesas, con una carta-prólogo de D. Manuel Trueba; 1884, 8.º, 2,50 y 3 pesetas.
Pocos caudales, eso sí, por parte de estos últimos principalmente, es decir, por la de mi abuela paterna, que sólo aportó al matrimonio unas gargantillas y unas arracadas de coral, dos relicarios de plata con una astilla de la Vera-Cruz, y un hueso de Santa Felícitas, respectivamente; tres mudas de ropa blanca, dos mantelerías de hilo casero, una cadena de oro cordobés, el vestido de gala con que se casó, y otro a medio uso para todos los días.
La reparaba año tras año, no quedando en ella ni una astilla de su primitiva construcción. Pescaron al abrigo de las rocas hasta media tarde. Al volver a la torre, Febrer vio al Capellanet que corría por la playa agitando en lo alto una cosa blanca.
La punta de una de sus barras hizo saltar del vagón varias costras de barniz y una ligera astilla. Los empleados prorrumpieron en imprecaciones y echaron pie a tierra, insultando a Zaratustra. Corrió la gente, aproximáronse los del fielato, y se formó un gran círculo de curiosos en torno del carro y de los que agitaban sus brazos increpando al trapero.
Este al perder el equilibrio, instintivamente, para recobrarlo haciendo contrapeso, echó hacia atrás el otro brazo puesto en alto, mas con tan mala suerte, que alcanzándoselo un radio del volante le partió el hueso por más arriba de la mano. El muchacho dijo luego que, a pesar del terror, oyó un crugido como cuando se parte una astilla de un hachazo.
Al ponerse a tiro nuestro perseguidor, izó la bandera inglesa, y, sin más preámbulos, no soltó una andanada, que hizo caer sobre la cubierta de El Dragón una verdadera lluvia de pedazos de madera, de poleas y de cuerdas. Una de las velas se rajó en dos pedazos y cayó echa un montón de pingajos, con un trozo de astilla que dió en la cabeza a uno de nuestros hombres y lo dejó muerto.
D. Amonio de Gaztañeta escribía todavía : «No puedo dejar de decir con qué pocos fundamentos se discurre entre algunos navegantes el conocimiento de lo que una nao navega de distancia, pues algunos, haciéndose astrólogos judiciarios, solamente se atienen á su conjetura, sin más fundamento que sólo mirar á la espuma que deja la nao con su movimiento... Otros hay que la distancia ajustan solamente con echar un pedazo de palo ó astilla por la proa de la nao, algo distante, y luego, así que empareje la astilla con él, camina para popa según la astilla; hecho esto hace la consideración: «si yo caminara en tierra según aquí, lo que podía caminar en una hora sería...»; y con este discurso ajusta el camino que hace en la navegación.
Palabra del Dia
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