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Actualizado: 9 de septiembre de 2025
Bien pronto descubre la silenciosa mansion donde buscan asilo, léjos del mundo, la inocencia y el arrepentimiento. Llega, apéase, llama, con una mezcla de respeto y de curiosidad; y al pisar los umbrales del monasterio se encuentra con un venerable anciano, de semblante sereno, de trato cortes y afable.
Llegó la noche medrosa y sombría. En aquella soledad asaltaron a Plácido mil ideas tristes. Los recuerdos de la niñez surgieron en su mente con claridad extraña. Recordó que, seis años hacía, le habían arrojado de otro asilo con severidad y dureza harto diferentes.
Era un soborno piadoso en el que había gastado el corto caudal que heredara de sus padres y que se llevaba también la mayor parte de su paga. Había logrado el arrepentimiento de varias pecadoras, a las cuales solía llevar a cierto asilo o convento establecido para ellas en Valladolid, sufragando él, por supuesto, los gastos de viaje, instalación, etc.
¿Y cuánto le dio a usted? Diez rublos, y, además, un broche de plata y un corte de traje... Tenía un gran almacén de telas. ¿Y por eso se perdió usted para toda la vida? ¿Qué quiere usted? Yo era joven y tonta. ¿Tuvo usted hijos? Sí, un muchacho. ¿Qué ha sido de él? Murió en un asilo. Claro, después no ha tenido usted hijos... No.
Usted puede bajar, si gusta; lo que es mi marido no se mete ahí, y tiró de mí valerosamente hácia la plaza de la Concordia. Mi hombre no se atrevió á habérselas con una señora, y tuvo que capitular, bien á pesar suyo. Si mi mujer no se convierte en casa de asilo, me coge y me empaqueta en la máquina de cristal, como me llevó casi en vilo á colocarme sobre la baranda del Panteon.
Tampoco era suya su mujer. El recuerdo del muerto lo llenaba todo, se interponía entre él y Cinta, le empujaba, lanzándolo de nuevo al mar. Su buque era el único refugio para el resto de su existencia, y debía acogerse á él como los grandes criminales de otros siglos se refugiaban en el asilo de los monasterios.
Aguijoneado su amor propio por la frasecita ésta, y no hallando otra salida, se le metió en la cabeza aquello del rapto: una carta, un coche en la esquina, y andando; su casa sería el asilo, su hermana la guardadora y aquí paz y después gloria. Ante razones de tal calibre, tenía el viejo que ceder o reventar.
Por fortuna, Pepe lo comprendió así, y, aunque acibarada el alma, rebosando hiel el pensamiento, resolvió aguantarse. ¿Qué podía hacer? ¿Dejarse llevar por la cólera, promover un escándalo, y tras no conseguir nada ser llevado a la cárcel, si aquellas mujeres requerían el auxilio de las autoridades? ¿Con qué derecho iba a turbar la paz del santo asilo? ¿Por sacar de allí a su madre?
La confianza y la alegría renacieron al entrar en el hotel como si entrase en un lugar de asilo. La encontró en la cama, la cabellera esparcida sobre la almohada como una ola de oro, los ojos entornados, la boca sonriente como si la sorprendiera en mitad de un ensueño saboreando sus recuerdos de amor.
Cuando se abrió el testamento del señor D. Manuel Moreno-Isla, que en gloria esté, testamento hecho tres años ha, se encontró que dejaba esta casa y el solar de la calle de Relatores a doña Guillermina Pacheco, su tía... La señora ha hipotecado ambas fincas para acabar el asilo, y por eso verá usted que este va echando chispas. Lo acabarán este año... Conque...
Palabra del Dia
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