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Actualizado: 3 de mayo de 2025


Cada lingote era depositado en un carrito, del que tiraban dos obreros, y avanzaba lentamente hacia los hornos de laminación, solemnemente luminoso, de un brillo divino, como si fuese un ídolo arrastrado por sus fieles. Aresti ya no sentía el asfixiante calor. Le entusiasmaba la original belleza del espectáculo.

Y rápidamente, sin tomar aliento, como si arrojara lejos de un peso asfixiante, disparó las pretensiones de doña Manuela, aquella demanda de quince mil pesetas, cantidad necesaria para salvar la honra de la familia. Y bien, muchacho: ¿qué es lo que quieres decirme con todo esto? Que usted... como hermano... como tío mío que es, podía....

La calle, como dilatada por el calor, introducíase por todos los huecos, haciendo llegar sus hedores y ruidos a los extremos más recónditos de las casas. Las habitaciones que ocupaban los dos jóvenes ardían de la mañana a la noche bajo la llama del sol. Descendía del techo un calor asfixiante, como si sobre él ardiese un horno.

Don Eugenio pertenecía a la Milicia Nacional, y aunque tomaba sus bélicas ocupaciones con tibio entusiasmo, no por esto dejaba de preocuparse del honor de la «tercera de Ligeros». Cuando era preciso se calaba el chacó, martirizaba el pecho con el asfixiante correaje, y servía a la nación y a la libertad, yendo a pasar la noche en el Principal, donde comía melones en verano, se calentaba al brasero en invierno, en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado, que, olvidándose de la marcialidad de su uniforme, pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda; todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.

Instalose con Ana en el paraíso, donde se amontonaba inmensa concurrencia, que les metía los pies por la cintura, los codos por las ingles; a duras penas lograron las dos muchachas apoderarse de su sitio; al fin consiguieron embutirse de medio lado en delanteras, y allí se mantuvieron prensadas, comprimidas, sin ser dueñas ni de enjugarse el sudor de la frente. El calor era espeso, asfixiante.

Y los dos entraron en el salón, colocándose en primera fila. El ambiente, cerrado aún y caldeado por tantas respiraciones, era de una densidad asfixiante. Conchita los saludó con un gesto de cansancio. Doña Zobeida, al reparar en ellos, tuvo miradas de ternura. Muchas gracias, en nombre del buen padrecito. Para ella, esta misa era de mayores méritos que las anteriores.

Confiole a Ramiro, sin rodeos, las sordideces y mezquindades de aquella asfixiante existencia de sacristía, y díjole el furor y la insólita crueldad con que todos sus colegas se habían ligado en contra suya cuando se trató de ofrecerle una silla episcopal. Los muy bellacos y alicortos decía barruntan que apenas el águila se encarame y pueda hender el espacio, volará muy alto, muy alto.

Palabra del Dia

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