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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Entérase del suceso el señor de la torre, que no había salido de casa en ese mismo tiempo por no hacer falta fuera de ella; lánzase de un brinco al corral; toma el camino del pueblo, volando, más que pisando, sobre la espesa capa de nieve que le tapiza y emblanquece, como al lugar como al valle entero y como a todos los montes circunvecinos; llega, golpea con su garrote las puertas, cerradas por miedo a la glacial intemperie; ábrense al fin una a una; pregunta, indaga, averigua, estremécese, indígnase, amonesta, increpa, amenaza donde no halla las voluntades a su gusto; y, por último, endereza a garrotazos las más torcidas, hasta conseguir lo que va buscando: media docena de hombres que le acompañen al invernal en que debe hallarse, bloqueado por la nieve, si no muerto de hambre o devorado por los lobos, su infeliz convecino, que, contando volver a la mañana siguiente, no había llevado otras provisiones de boca que un pan de cuatro libras; hace buen acopio de ellas; exhorta a los seis que le rodean poco resueltos; anímanse y se enardecen al cabo, porque son buenos y caritativos en el fondo; emprenden la marcha los siete monte arriba, monte arriba; y anda, anda, anda, cuando llegan a trasponer las cumbres de Palombera, sienten dolorido el pecho, como si el aire que aspiran llevara consigo millones de puntas aceradas, y una torpeza y un quebranto en las rodillas, cual si fueran losas de plomo los «barajones» que arrastran sus pies; confórtanse un poco con un trago de aguardiente que beben «a la riola»; y anda, anda sin cesar, a veces se ven envueltos en remolinos de nieve cernida, desmenuzada y sutil, que les impide hasta la respiración y que, por fortuna, pasan como una nubecilla más de las que se ciernen y vagan errabundas sobre la montaña; el mismo señor de la torre, de complexión de hierro y que camina siempre delante, nota que le va faltando su indomable fortaleza; que los miembros se le entumecen, que no puede modular una sílaba con sus labios contraídos por la frialdad, que están yertas, insensibles sus manos amoratadas; empieza a temer algo serio, y no por él, seguramente, y salta, brinca, se frota, se golpea, grita y aúlla como un salvaje... todo menos vacilar y detenerse, ni dejar un instante en reposo un músculo ni una fibra de su cuerpo; y luego canta y se chancea mientras anda, para alentar y dar ejemplo a los que van a sus órdenes y le siguen en el silencio absoluto, aterrador, de aquellas alturas solitarias e inclementes.
Mi ama, nadie ha llegado al país y nada he visto que se parezca á gentes malintencionadas ... Siempre se arrastran algunos harapientos por el camino ...
Afortunadamente sus temores duran poco ; pues los indios se apresuran á tirar del lazo y arrastran al caiman, aturdido talmente de verse capturado, que ya ni siquiera intenta defenderse. Como no puede darse vuelta, acercánsele los indios por detras, y le quitan la vida de dos ó tres hachazos.
Desfalleciente, perdido en el mar, entibia, no obstante, un poco la Noruega, y halla medio todavía de llevar á las costas de la Islandia las maderas de América, sin las cuales moriría esa pobre isla nevada bajo su volcán. Los dos hermanos, el Indico y el Americano, se asemejan en que, salidos de la Línea, del horno eléctrico del globo, arrastran prodigiosas potencias de creación, de agitación.
Y el alma de las devotas, sábelo, es la peor de todas, porque unen a la perversidad de sus instintos, y hasta el desorden de su conducta, la hipocresía de una virtud con que se engañan a sí mismas... Tienen tan altas aspiraciones, que se creen todavía llevadas por los ángeles cuando arrastran ya los pies por el fango de los caminos. No hablemos más de Elena.
Los arroyos que corren por la montaña no arrastran, como nuestros torrentes, despreciables guijarros y arena: llevan consigo polvo de rubíes, granates y zafiros: el bañista que nada entre sus ondas puede revolcarse, como las sirenas, en un lecho de piedras preciosas.
La voz indefinible del fabricante de conservas tuvo el honor de unirse al eterno concierto de los mares, como uno de tantos ruidos de olas que chocan o piedras que se arrastran. El viento no quiso encargarse de llevarla a veinte varas de distancia siquiera.
Palabra del Dia
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