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Actualizado: 3 de junio de 2025
Cuando descubrió la cara ensangrentada de su amigo, empezó por hacerle traer una gran aljofaina de agua fresca, porque está escrito: «No deliberes antes de haber lavado tu sangre: tus pensamientos serían confusos e impuros.» Limpio ya, mas no tranquilo, contó Ayvaz a su amigo la aventura, ardiendo en santa cólera.
Lo decía con convicción, vibrando todos los músculos de su cara varonil, ardiendo como brasas sus ojos de moro veteados por la pasión con venillas de sangre. Y Leonora le miraba ahora con apasionamiento, como si viese un hombre nuevo. Estremecíase con una emoción nueva al oír los bárbaros ensueños, las amenazas de muerte.
Se expresaba con vehemencia, moviendo instintivamente los brazos, como hombre habituado de larga fecha a hablar en público, ardiendo con la llama del proselitismo.
Al toque de oraciones salió el Rey de la ALJAFERIA; delante de él iban á caballo todos los hijos de los que habian de ser armados caballeros aquel dia, llevando sus espadas: detrás los que llevaban las espadas de los ricoshombres á quienes el rey debia armar: á seguida iba D. Ramon Cornel con la espada del monarca, y delante de este dos carros triunfales del Rey, en que estaban ardiendo dos cirios de á diez quintales cada uno.
El altarito en que está el niño Jesús se ve adornado de flores, y alrededor macetas de brusco y laureola, y en el altar mismo, que tiene gradas o escaloncitos, mucha cera ardiendo.
Para que pueda referir en suma Con purisimo y nuevo sentimiento, Con verdad clara, y entereza suma, El contrapuesto y desigual intento De uno y otro esquadron, que ardiendo en ira, Sus vanderas descoge al vago viento. El del vando catolico, que mira Al falso y grande al pie del monte puesto, Que de subir al alta cumbre aspira;
Ayer presentó el italiano su renuncia a las Cortes, y una hora después estaba aceptada... Hoy ha salido para Lisboa a las seis, y a estas horas estará ardiendo Madrid por todos los cuatro costados... Más de veinte telegramas hay ya en el Grand Hôtel pidiendo cuartos. Y mientras esto decía Diógenes, muy acalorado, subía con Jacobo las gradas que llevan del patio a la terraza del Grand Hôtel.
Reconocía ante las damas la eficacia terapéutica de la fe y de los cuarterones de aceite ardiendo en los altares; pero en cambio exigía que se diese crédito a los misterios de sus glóbulos. Creía, o decía creer mucho, en la influencia de lo moral sobre lo orgánico, y tenía una sonrisa singular, melancólica, de resignación e inteligencia, para comunicar con las señoras guapas esta su creencia.
26 Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y habló y dijo: Sadrac, Mesac, y Abed-nego, siervos del alto Dios, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac, y Abed-nego, salieron de en medio del fuego.
Cuando los nublados ojos de Cervantes recobraron su claridad, hallose en un aposento, no muy grande, teniendo ante sí a doña Guiomar, que pálido el bello semblante, ardiendo los celestes ojos, demudada toda, descompuesto el traje, le miraba con una tan no vista pasión y sentimiento, que no una mujer creyó tener delante de sí Cervantes, sino algo sobrenatural y nunca imaginado.
Palabra del Dia
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