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Actualizado: 18 de junio de 2025


¡Demonio de contrariedad! dijo el diplomático, sacando su caja de tabaco y ofreciendo un polvo al ayo, después de tomarlo él . Lo siento... A nuestra edad nos gusta tener quien nos suceda y herede nuestras glorias para desparramar su luz por los venideros siglos. Vea usted la razón por qué me apresuré a reconocer a mi querida hija... ¡Ah!, Sr.

Esta soltó una carcajada y la besó con efusión repetidas veces. Después, sin saber cómo, la risa se tornó en llanto: ocultó el rostro en el pecho de su prima y comenzó a sollozar perdidamente. Comprendí que aquellas lágrimas no eran de dolor, pero me apresuré a preguntarle: ¿Qué te pasa, Gloria? ¿Te sientes mal? Sin levantar la cabeza, me hizo seña con la mano de que me fuese.

Al ponerse de pie dejó caer su pañuelo. Me apresuré a recogerlo, y noté que estaba mojado. La joven se dio cuenta de ello, y me dijo, mostrándome un libro que había sobre la chimenea: Soy en extremo ridícula, ¿no es cierto? Esa novela me ha hecho llorar. Miré el libro, y vi que era una novela de su madre. No necesitaba esta prueba para convencerme de que me engañaba.

Se quedó un momento silenciosa, mirándome al fondo de los ojos, y dijo en seguida: ¿Piensa usted en lo que pide? Ciertamente que pienso. No se apresure usted, porque acaso después le pesaría. A me basta con la amistad. Y yo la quiero a usted toda exclamé con ardor.

Las industrias prosperarían con los capitales que se retraen; la agricultura, la ganadería también... Comprendí que el buen conde creía que el poeta Zorrilla y el revolucionario del mismo nombre eran una misma persona. Me apresuré a sacarle del error, tomando precauciones para que la lección no le molestase.

Sin embargo, algunos días después del almuerzo de que he hablado, descubrí de un modo cierto que me había engañado groseramente, creyendo con toda simpleza, que el señor de Couprat estuviese enamorado . Sin embargo, como nunca he sido pesimista, me apresuré a argüir para consolarme.

Gracias á la claridad de la noche hallé fácilmente el camino. Una hora después llegaba al castillo. Se me dijo que el doctor Desmarest estaba en el salón. Me apresuré á presentarme á él, y hallé allí como una docena de personas, cuyo continente acusaba su estado de preocupación y de alarma.

Había sobre la cómoda una bujía en su palmatoria, y me apresuré a encenderla con una cerilla de mi fosforera.

Á todo esto la muñeca seguía en el suelo inmóvil también, pero sin mostrar en modo alguno sorpresa, pesar, terror, ni siquiera vergüenza de su situación poco decorosa. Me apresuré á levantarla, cogiéndola, si mal no recuerdo, por una pierna, y me informé minuciosamente de si había padecido alguna fractura ú otra herida grave. No tenía más que leves contusiones.

Mas, al dar la vuelta para dirigirnos a la salida, sentí que me tiraban de la americana. Bajé los ojos, y vi a Paca sentada al borde del mismo pasillo. ¡Ya apareció! dije al inspector y a la maestra. Ya aparesió aquello repitió, en son de burla, una cigarrera, que había oído mi exclamación. Paca se había levantado. Me apresuré a decirle: ¿Sabe usted lo que pasa?

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