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Esta dulzura me enterneció, tanto más que no tenía la conciencia muy limpia, mas con una táctica eminentemente femenina me apresuré a cambiar de asunto. Era una distracción, señor cura, soy tan desgraciada. ¿Desgraciada, Reina? ¿Creéis que sea divertido tener una tía como la mía? No me pega ya, es cierto, pero me dice cosas que me apenan mucho. ¡Qué bien conocía a mi cura!

Por eso, cuando entraste me apresuré á cerrar la puerta diciendo como advertencia tu nombre y como amenaza ¡cuidado! Tragomer no discutió aquel relato un poco largo. Tenía prisa por esclarecer los hechos en su conjunto. Entonces eras el que venía con ella en coche después de la representación? Naturalmente.

Yo me apresuré a leer la carta de doña Pepita. ¡Qué larga se me hizo la velada! Al fin me vi sola en mi cuarto, y entonces leí, y releí, y volví a leer tu cartita. ¿Por qué eres tan perezoso a tu Linilla? ¡Seis plieguitos! ¿No es cierto que ahora será más? Si no es así, voy a castigarte. Y ya verás: una hojita... y... ¡será mucho!

La diligencia hubo de hacer un alto para remudar el tiro, y yo me apresuré á bajar para dejar algun respiro al atribulado párroco, que parecia mirar como una calamidad mi interposicion forzada en la berlina. Cuando volví á subir, el amable tio habia tenido la fineza de ocupar el asiento del medio y cederme su rincon.

Cayó pesadamente al suelo sin decir ¡ay! Los demás huyeron. Nada; ni un gemido, ni el más leve movimiento. El bastón era realmente pesado, y yo he tenido toda la vida la manía de la gimnasia. Me apresuré, con mano temblorosa, á sacar la caja de cerillas y encendí un fósforo... No puedo describirle lo que en aquel instante pasó por .

Me basta que un amigo estrene un drama cualquiera, que publique una novela, o, simplemente, que sea nombrado ministro, para que yo me apresure a acudir al inevitable banquete de homenaje; pero Julio Antonio está en un caso muy distinto.

, mis exigencias son terribles. ¿Me permite usted decírselas, puesto que parece no querer adivinarlas? Pero la leal sonrisa que resplandecía en el rostro de María Teresa desapareció, y con expresión grave, dijo: ¡Señor Martholl, cuidado! No se apresure a manifestar sentimientos demasiado... vivos.

Me apresuré a alejarme, porque me conocía; si hubiera contestado, habría sucedido allí una desgracia. Tomando por caminos extraviados, evité el salón de baile. No me sentía con valor para afrontar las miradas de las madres. En el corredor humeaba una lámpara de cocina; y salía de allí un ruido de vajilla y risotadas de criadas... ¡Puf! Llamé a la puerta del aposento de Yolanda; nadie respondió.

Iba la abuela a protestar vigorosamente, cuando me apresuré a calmar a Celestina recordándole las palabras de San Pablo: «El que casa a su hija hace bien; el que no la casa hace mejorCreí que se iba a desmayar de gusto al oír estas palabras. Ese es un santo bueno... Ese es un santo grande... Ese es un santo... santo. No hay como los apóstoles. No hay como los Papas replicó la abuela.

Sentía ansia de destrucción, y mi amor propio, mi orgullo herido clamaban al cielo, haciendo a toda la creación solidaria de mi agravio. Yo creía que el universo entero estaba ofendido, y que cielo y tierra respiraban anhelo de venganza. Crucé varias calles, repitiendo: Mataré a ese inglés, le mataré. Al volver una esquina creí distinguirle y apresuré el paso. , era él.