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Actualizado: 5 de junio de 2025
Las alquerías de nítida blancura parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor, reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo.
Tenía las manos apoyadas en los muslos, con los codos sacados hacia adelante, el torso erguido, el cuello estirado, la cabeza desviada en leve escorzo de melancolía y desdén, el cigarro puro olvidado y periclitante en un ángulo de la boca. Levantaba dos palmos sobre los otros tertuliantes.
Era de ver los dos en un palco principal; él, rígido, correcto, paseando su mirada distraída por la sala; el criado, con las palmas de las manos apoyadas en la barandilla y la barba sobre las manos con la atónita mirada clavada en el escenario, soltando bárbaras, ruidosas carcajadas, rascándose el cogote o bostezando a gritos enmedio del silencio.
En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.
Bonis llegó una hora antes del ocaso a una plazoleta que servía de quintana a varias casas de las más viejas, pero también de las de aspecto más noble; carretas apoyadas sobre el pértigo, como dormidas, entorpecían el paso; niños medio desnudos, sucios y andrajosos, sin nada en su cuerpo donde pudiera ponerse un beso, más que los ojos de algunos y las rubias guedejas de muy pocos, saltaban y corrían por aquella corralada común, que era sin duda para ellos el universo mundo.
El ancho tejado negruzco baja en pendiente rápida; el alero sombrea el dintel de la puerta. Dentro, el piso está empedrado de menudos guijarros. En un ángulo hay un montón de leña; apoyadas en la pared yacen la horquilla, la escoba y la pala de rabera desmesurada. Una tapa de hierro cierra la boca del hogar; sobre la bóveda secan hacecillos de plantas olorosas y rotenes descortezados.
Y por una de esas reacciones que deshonran en un instante los mejores impulsos, recordé esas estatuas apoyadas en un soporte que las mantiene en equilibrio y que caerían inevitablemente si les faltara aquel punto de sustentación. Por entonces me comunicó Agustín la realización de un proyecto que aquel honrado corazón acariciaba desde largo tiempo; ya recordará usted que lo tenía anunciado.
Le bastó la primera ojeada para darse cuenta da que debía pertenecer á los niños de una familia subida al buque en Nueva Zelandia. La cubierta del libro era en colores, y el dibujo de ella le hizo conocer su título antes de leerlo. Vió un hombre con sombrero de tres picos y casaca de largos faldones, que tenía las piernas abiertas como el coloso de Rodas y las manos apoyadas en las rótulas.
Y vi, pacíficamente sentado a mi lado, un individuo corpulento, todo vestido de luto, con sombrero de copa, las manos enguantadas de negro, apoyadas en el puño de un paraguas. No tenía nada de fantástico.
Las atlotas, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en forma de pata de elefante.
Palabra del Dia
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