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Actualizado: 14 de junio de 2025
Este sólo aprecia á los fuertes, y los apoya con su influencia para que se atrevan á todo. Los que nacieron débiles deben someterse ó desaparecer. Los pueblos tampoco son iguales: están divididos en pueblos conductores y pueblos inferiores cuyo destino es verse desmenuzados y asimilados por aquéllos. Así lo quiere Dios. Y resulta inútil decir que el gran pueblo conductor es Alemania.
Al pasar por delante de la casa de la niña me detuve y la contemplé un instante casi con indiferencia. Pero cuando más embebido andaba en mis pensamientos y planes políticos, y cuando ya estaba próximo á doblar la esquina de la calle, he aquí que siento un brazo que se apoya en el mío y una voz que me dice: ¿Va V. muy lejos? ¡Teresa!
Los dos ilustres filósofos llegaban á un mismo punto partiendo de principios muy diversos: Descartes estriba en razones metafísicas, fundadas en la esencia de las cosas; Leibnitz no se apoya en la esencia absoluta, sino en sus relaciones con la perfeccion divina. La capacidad vacía, no era contradictoria en sentir de Leibnitz, sino en cuanto se oponia al optimismo.
Quita allá, hombre de Dios se apresuró a decir el señor Bellido . ¿Pero es que yo he hablado de embargarte? He dicho que si quisiera.... Pero qué lejos está de mi ánimo.... Y más ahora que el señor Coliñón vos apoya.... No es que nos apoye declaró el sincero Belarmino.
Quiere el autor esplicar la accion del percloruro de hierro en el tratamiento de la púrpura hemorrágica, y atribuye los efectos á su accion directa, es decir, química, sobre la sangre. Es completamente un absurdo. Se apoya, es verdad, en diversos autores y particularmente en Burin-Dubuisson, que es el que á su manera ha tratado con mas estension del percloruro de hierro.
Sin embargo, para manifestar con mayor claridad la razon en que se apoya, hé aqui presentada en pocas palabras la filiacion de las ideas. Dios ha criado el universo y cuanto hay en él, sometiéndole á leyes constantes y necesarias; de aquí el órden natural. Su estudio podria llamarse filosofía natural.
Angué es alta, fuerte, de abultadas y exuberantes formas; ha dejado de jugar con las sampaguitas, y apoya indolentemente su cuerpo en las conchas. Todo su sér respira dulzura y melancolía. Sus ojos, ligeramente entornados, están fijos, están en uno de esos momentos en que no ven; tiene la falta de vida que constituye en la inteligencia esas profundas abstracciones en que nada pensamos.
La mano va cubierta de un guante cuya rigidez acusa el relieve de algo duro y mecánico. La otra mano se apoya en un garrote, y una pipa humea en su boca. Sobre sus bocamangas casi se confunde con el color de la tela un breve y único galón de oficial. Diez meses y veinte días dice Toledo que Su Alteza salió de aquí... ¡Qué de cosas han ocurrido!
Entremos dice con voz sorda. Ella alza la cabeza y apoya los brazos en el suelo; pero, cuando él quiere levantarla, lanza un grito agudo. ¡No me toques! Por dos o tres veces trata de ponerse en pie; sus piernas se doblan. Entonces tiende los brazos sin decir palabra, y se deja levantar por él, que sostiene sus pasos vacilantes a través del patio del molino.
Juan se detiene en el umbral; se apoya contra una de las hojas de la puerta y lanza una mirada de profunda emoción a la penumbra de la vieja y querida sala, mientras el ruido de las ruedas llega ensordecedor a su oído, y nubes grises de harina y vapor de agua, llevadas por la corriente de aire, le azotan el rostro. Delante de él se alinean en su puesto las diferentes ruedas del molino.
Palabra del Dia
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