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Chemed tenía además mucho chiste y felicísimas ocurrencias: decía mil graciosos disparates; y Mutileder se regocijaba y reía sin poderlo remediar; pero, cuando estaba sólo, amarga melancolía se apoderaba de su alma, pensamientos crueles le atormentaban, y algo parecido a remordimientos le arañaba el corazón, como si fueran las uñas de un gato, o digamos mejor, de un tigre.

Sintió él que se anudaban como tentáculos irresistibles en torno de su cuello los brazos soberanos, y que una boca dominadora se apoderaba de la suya lo mismo que en el Acuario... Y rodó bajo esta caricia de fiera, con el pensamiento perdido, olvidándose del resto del mundo, descendiendo y descendiendo por un mar de sensaciones nuevas, como un náufrago satisfecho de su suerte... Pero esta vez llegó al fondo.

Estuvo la señora de morros toda la noche, y Fortunata de más morros todavía, sintiendo que se apoderaba de su alma la aversión a toda aquella familia. No les podía ver. Eran sus carceleros, sus enemigos, sus espías. A cualquier parte de la casa que fuese, seguíala doña Lupe. Se sentía vigilada, y el rechinar de las zapatillas de su tía le causaba violentísima ira.

Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio al Cantó que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas de esparto para oír mejor.

Pero la tabernera cada día se mostraba menos dispuesta á ella. Á cuantas reflexiones la hacían contestaba resueltamente: No se cansen ustedes: yo no vivo ya con ese hombre. Achacábanlo todos á terquedad, porque, en efecto, era apretada de sienes como una aragonesa, casi imposible de convencer cuando se apoderaba de ella una idea.

Quise levantarme, y sentí que la fuerza me faltaba, que la sangre se helaba en mis venas y arterias, que un horrible zumbido me hacia perder la vista, el oido y la conciencia de mi ser; en fin, que un vértigo se apoderaba de toda mi organización. Era el mareo, ese cólera de los mares que no perdona á ningún viajero y vence aún á los mas vigorosos temperamentos!

Los aventureros jóvenes encontraban casi siempre entre las mancebas cobrizas ofrecidas por los azares de su existencia alguna que se apoderaba de su corazón y vivía compartiendo sus peligros. El hidalgo cristiano, al unirse con ella, había creído necesario purificarla con el bautismo el mejor regalo, según las ideas de la época , dándola el nombre de Isabel, en recuerdo de la buena reina.

Desde el pretil veíanse rebaños de obscuras ovejas, que al compás perezoso de las esquilas iban en busca del corral, mientras que por la parte de arriba, por la carretera polvorienta, marchaban también en retirada los rebaños del trabajo, gentes de espalda encorvada y blusa vieja, con la cara sudorosa y el saco de herramientas a la espalda. La melancolía del crepúsculo se apoderaba de Juanito.

La entrada de los huelguistas, la incertidumbre de lo que podría resultar de esta aventura, le habían distraído durante algunas horas, haciéndole olvidar sus asuntos. Pero ahora, finalizado el suceso, sentía desvanecerse su excitación nerviosa y que el cansancio se apoderaba de él. Pensó por un momento en retirarse a su hospedaje.

El entusiasmo bélico se apoderaba de él: no podía limitarse a citar fechas, nombres y hechos: era necesario hacer funcionar la caballería, la infantería y la artillería. Abandonaba su cátedra, se ponía en medio de la clase, señalaba el enemigo al frente, e inflando la boca, hacía tronar los cañones sobre la línea imaginaria del ejército contrario.