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Actualizado: 29 de junio de 2025


Y en cuanto al pretendiente, dijo lo mismo. Y repreguntando por el oficio de pintor dijo, que en todo el tiempo que le ha conocido, ni antes sabe, ni ha oído decir que lo ha tenido por oficio, ni tenido tienda, ni aparador, ni vendido pinturas; que sólo lo ha ejecutado por gusto suyo y obediencia de S. M., para adorno de su Real Palacio, donde tiene oficios honrosos, como son el de Aposentador mayor y Ayuda de Cámara, y que esto es la verdad por el juramento que tiene hecho.

Desde entonces comenzó a observar con intensa atención los movimientos de su esposa, a reconocer a hurtadillas todos los cacharros que había en el aparador, a dirigir rápidas y penetrantes miradas a aquélla cada vez que gustaba los alimentos. Cierta noche, después de comer, no sintiéndose con ganas de salir, se acomodó en una butaca y pidió que le hiciesen te.

Las patas de las sillas, nada firmes, se enredaban entre los descosidos de la pleita a listas blancas y encarnadas; al aparador, huérfano de molduras, que arrancó el paño de la limpieza, le faltaban tiras del chapeado de caoba; los pocos enseres que sustentaban las tablas, eran platos ordinarios, vasos de vidrio, tazas de loza, floreros de cristal, comprados en banasta de a real y medio la pieza.

La escasa claridad, reflejándose en los cristales del aparador y de los cuadros, dejaba en sombra los ángulos de la habitación; tras los visillos rojos de la puerta del gabinete dormían los padres y, al fondo del pasillo, estaba el cuarto de Leocadia: en torno de ambos hermanos todo era sombra y silencio.

Metiéndose bajo la camilla escarbó doña Manuela el brasero, arropó el rescoldo y, designando luego el puesto que había de ocupar cada cual en la cena, dijo: aquí, papá donde siempre, a su lado Pepe, luego yo, y Millán junto a ; ¿te parece bien? Leocadia, ocupada en sacar del aparador una botella de tinto y otra de Rueda, blanco, hizo como si no hubiese oído.

Las copas de plata siguen siempre sobre el aparador, pero su metal repujado no está empañado por el tacto y no hay en su fondo residuos que afecten el olfato; el único olor predominante es el del espliego y el de las hojas de rosas que llenan los vasos de alabastro inglés. Todo respira pureza y orden en aquella pieza, antes triste, porque un nuevo espíritu tutelar entró en ella hace quince años.

La trataba como si hubiera que consolarla de alguna desgracia de que en parte tuviera la misma doña Paula la culpa. Esto al menos creyó notar el Magistral. Faltaba algo que estaba en el aparador y el ama se levantaba y lo traía ella misma. Pidió azúcar don Fermín para echarlo en el vaso de agua y su madre dijo: Está arriba la azucarera, en mi cuarto.... Deja, iré yo por ella.

El lazo está aquí dijo tomando un papel ahuecado de un aparador el tío Manolillo , y muy bello por cierto; como que me ha costado tres reales, á pesar de ser una quisicosa; mirad, mirad, Montiño; ¿no es verdad que es muy bello? Y desenvolvió el papel y mostró al cocinero un precioso lazo de seda. Montiño miró y apartó instintivamente los ojos del terrible lazo.

«Item 12 achas amarillas, pesaron 84 libras y media á 5 reales y medio de los quales se davan dos cada noche á las comediantes y vna ardía en la escalera principal destos Alcázares y otra de noche donde estaua el aparador.» A propósito de este mueble, dedúcese que estuvo enriquecido con piezas de plata según se desprende de las siguientes frases. «A seys personas que acudieron á colgar las salas y armar las camas y otras cosas necesarias ... y guardar de noche las dichas ropa y plata ... etc

¿Por qué entonces, se dirá, doña Paula se vestía de este modo? No serán muy conocedores del corazón humano los que tal pregunten. Doña Paula se ponía el sombrero y los guantes a sabiendas de que iba a pasar un mal rato, como un chico abre el aparador y se atraca de dulce a sabiendas de que en seguida le han de azotar.

Palabra del Dia

rigoleto

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