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Actualizado: 12 de junio de 2025
D. José Ábalos nada olvidó para el mejor resultado de la reforma, y á este fin montó un cuerpo de celadores ó faroleros á los cuales ordenaba que «los mozos del alumbrado deben aderezar sus faroles diariamente, de forma que se hallen corrientes para encenderlos á las horas señaladas; cada uno recorrerá su partido de continuo para avivar el que se amortigüe ó encender el que se apague con atraso.
«Pero, oiga usted, señor matamoros; si usted quiere que sea suya para siempre su señora reina de las botas nuevas, apague esas luces del tocador y véngase de puntillas, que puede oírle Eufemia, que ahora duerme ahí al lado».
Haced que se apague esa voz con que nos llama el mundo, á nombre de la Providencia, y la Suiza no adorará el polvo de su Guillermo Tell, ni la Inglaterra nos hablará de Cromwel, ni la Francia pronunciará respetuosa el nombre querido de su Juana de Arcos, ni la libre y valiente España saludará entusiasta los manes sangrientos de un Padilla; los manes sangrientos tambien de una mujer que me estremece el alma; una mujer tan valerosa, tan cristiana, tan tierna y tan ferviente; una mujer tan noble y tan hermosa; una mujer que vale tanto como una nacion; Mariana Pineda.
Se tendió en la cama, y el farol quedó inmóvil ante sus ojos. Más allá de su resplandor columbró en la penumbra el rostro de la «viuda», que era el mismo de la difunta, pero no inmóvil y severo, sino maligno, con una risa devoradora. Al fin, el hombre empezó á gritar, tembloroso de miedo: ¡Yo pagaré! ¡Es la falta de los otros!... Pero ¡por Dios, apague el farol; que yo no vea esa luz!
Apagué en seguida la lámpara que tenía en la mano y volví a colgarla del gancho fijo en la pared. Está obscuro. Se ha apagado la lámpara. ¿Tienes fósforos? dijo Bersonín. Pero había llegado el momento. Antes de que pudieran hacer luz bajé cuan aprisa pude los escalones y me lancé contra la puerta, cuyo cerrojo había descorrido Bersonín y que cedió al golpe.
No te hicieron los cielos tan hermosa Sinó para ser madre y ser esposa. Blanca flor que embalsamas mi existencia De tus perfumes con la grata esencia; Música cuya suave melodía Estremece de amor el alma mía; Rayo de luz que caes sobre mi frente Disipando las sombras de la mente; Lágrima de los ojos desprendida Del serafin que guarda nuestra vida; Linfa donde apagué mi sed ardiente.
Lo sometí a un registro metódico, pero como no pude encontrar ninguna cavidad insospechada o botón oculto, después de echar una última mirada a esa fotografía que había hecho andar a Blair vagando extenuado durante meses y años para identificarla, apagué las lámparas y cruzando el gran hall antiguo, con sus armaduras de pie que parecían conjurar visiones de caballeros espectrales, subí a mi pieza.
Palabra del Dia
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