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Actualizado: 27 de junio de 2025
Yo a horcajadas en una silla, o puesto un pie en el travesaño. Ella, escuchándome cariñosa; yo, bañado en la luz de sus rasgados ojos. A las veces, si algún ruido nos anunciaba que tía Pepa venía, sin motivo, sin saber por qué, nos despedíamos de prisa, y salía yo con rumbo a los barrios más distantes. Volvía yo a la hora del desayuno.
Durante el diálogo que he referido, sin responder de su exactitud, pues sólo me fundo en vagos recuerdos, una tos recia y perruna, resonando en la habitación inmediata, anunciaba que Marcial, el mareante viejo, oía desde muy cerca la ardiente declamación de mi ama, que le había citado bastantes veces con comentarios poco benévolos.
Contenía unas cuantas palabras de felicitación bastante secas, y me anunciaba que Lotario aplazaría su regreso hasta después de mi casamiento; le sería muy penoso encontrarse tan cerca de mí y no poder estar a mi lado ese gran día. Esto, señores, me apenó; porque yo lo amaba de veras, al muy bandido. Sí, sí... y mi novia también me tenía inquieto. Seriamente inquieto, señores.
Las vicisitudes de su carrera militar, aunque breve, gloriosa y variada, no le habían enseñado más de lo que ya tenía aprendido de la naturaleza: á callar pocas veces sus sentimientos y á ser intrépido y firme en todas ocasiones. Su figura anunciaba claramente estas cosas.
Un tañido para Hermana de la Caridad o Hermanita de los Pobres, dos para fraile o clérigo, tres para dignidad eclesiástica: a los simples mortales les anunciaba de palabra un criado, y gracias si se quitaba la gorra.
Entre ellos amaneció uno el dia 25 de Diciembre de 1780, en que se anunciaba el asesinato, que despues egecutaron con los europeos, y zaherian la conducta de D. Fernando Gurruchaga, Alcalde ordinario, que acababa aquel año, con dicterios denigrativos á su persona, y de la justicia.
Pero mientras el ogro tomaba fuerzas para dar su terrible patada y la anunciaba a gritos cien veces al día, la prole felina seguía tranquilamente en un rincón, formando un revoltijo de pelos rojos y negros, en el que brillaban los ojos con lívida fosforescencia, y coreando irónicamente las amenazas del carretero: ¡Miau! ¡Miau! ¡Bonito verano era aquel!
La Poesía que profetizó vagamente la llegada de Cristo, anunciaba ahora la aparición del gran Redentor, que no había de encerrarse en la debilidad de un hombre, sino que encarnaría en la inmensa masa de los desheredados, de los tristes, con el nombre de Rebelión.
Poco tardó Úrsula en aparecer de nuevo remando con prisa: saliole al encuentro Miguel así que puso el pie en tierra y recibió de sus manos un billete perfumado que había metido en el seno. Decía así el billete: «Querido mío: Una inquietud dulce y misteriosa que ayer noche experimentó mi corazón me anunciaba sin duda que estabas cerca de mí.
Pero pasó el tiempo, y con él el espiritismo de Melchor, dejando el puesto a otros ideales más prácticos. Veía transcurrir los años sin que sus medios pecuniarios estuvieran en armonía con sus pretensiones, ni con aquel porvenir brillante que su buena madre le anunciaba. El no era rico, pero era preciso parecerlo; es decir, vestirse como los ricos, tratar con ricos.
Palabra del Dia
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