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Actualizado: 10 de octubre de 2025
E esto pataba en el año de Nuestro Senyor de mil cuatrociensos y doce.» Cuando concluyó el señor Soraberri, miro a través de sus anteojos a sus dos oyentes. Martín no se había enterado de nada; Tellagorri dijo: Sí, esos Ohandos es gente palsa. Mucho ir a la iglesia, pero luego matan a traición.
Estaba en pie sobre uno de los asientos adheridos al pretil del paredón, con unos enormes anteojos de mar dirigidos hacia la lucecita verde que brillaba con intermitencias allá a lo lejos. Era con mucho la figura más elevada que salía del grupo de espectadores. ¡Don Melchor, usted aquí ya!... Acabo de enviarle un recado a su casa.
El rostro de Castro Pérez cambió de expresión. Vamos, joven, murmuró levantándose, y ofreciéndome un asiento, aquí tiene usted una silla. Mi hombre volvió a su poltrona, y luego, por sobre los anteojos, me miró de pies a cabeza. ¿Qué se ofrece? ¡Ah! ¡Ya recuerdo! ¿Es usted el joven que desea entrar de amanuense en esta casa? Sí, señor. Pues bien.... Veremos, veremos si es usted útil.
Conociolo bien pronto doña Ramona, y enderezó a la otra estas palabras, acompañadas de dos saetazos por encima de sus anteojos: Yo no estorbo aquí, señora; téngalo usted entendido. Entre mi marido y yo, como no hay pecados, tampoco hay secretos. Somos un alma en dos cuerpos, por la gracia de Dios.
En realidad Juana Dodson tenía un talle elegante y flexible, manos y pies razonables, muy hermosos cabellos, un cutis deslumbrador y hasta hubiera sido bonita sin unos horribles anteojos verdes que la desfiguraban y que no se quitaba jamás... ni para dormir, insinuaba maliciosamente su discípula, lo que le había servido de salvoconducto con la severa castellana.
Veía venir a un italiano bajito, flaco, requemado, que, con voz de tiple , aunque doliente como un quejido, exclamaba acompasadamente: "Pobre doña Luisa", "Pobre doña Luisa", mientras lo que en realidad hacía era ofrecer los fósforos y cigarrillos que llevaba en un cajón colgado al pescuezo; otro alto, rollizo, con un cuello de media vara, y llevando canastas repletas de bananas y naranjas, exclamaba en tono alegre: "arránqueme esta espina"; mientras un francés que vendía anteojos, cortaplumas y botones, anunciaba con un vozarrón de bajo: "soy un pillo", coronado por un vendedor de requesones, que clamaba intermitentemente: "tres colas negras".
El virrey no lo tomó a enojo, y mandó escribir debajo: Para dar gusto a antojos he mandado hasta España por anteojos. Respuesta que tranquilizó los ánimos, pues vieron los vecinos que su empeño estaba sujeto a la decisión del rey. Avilés consagraba gran parte de su tiempo a las prácticas religiosas. El pueblo lo pintaba con esta frase. En la oración hábil es y en gobierno inhábil es.
En uno de los pasos campea en primer término un escribano con sus correspondientes anteojos y su indispensable legajo, recordando en las prendas de su traje todas las épocas conocidas, haciendo sus gregüescos acuchillados dar una galopada de más de dos siglos, hasta llegar á su abotonado chaleco.
Gillespie, que la creía de edad madura, no le dió ahora más de treinta años, y acabó por sonreir, agradeciendo la mirada de simpatía y admiración que el profesor le enviaba á través de sus anteojos de miope. Luego se dió cuenta de que el profesor, á pesar de la severidad de su traje, llevaba sobre su pecho un gran ramillete de flores.
La miré largo rato a ojos descubiertos porque la veía muy bien, y porque cuando el hombre está así en tensión de aspirar fijamente un cuerpo hermoso, no recurre al arbitrio femenino de los anteojos. Comenzó el segundo acto. Volví aún la cabeza al palco, y nuestras miradas se cruzaron.
Palabra del Dia
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