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El río estaba en bajante, y mucha gente curiosa ocupaba la playa, donde un enjambre de pilluelos saltaba y retozaba por las toscas. No faltaban personas graves que, armadas de anteojos de teatro, escudriñasen el río y consultasen con sus vecinos los puntos más remotos que se dibujaban en el límite del agua con el cielo.

Además, los que mandan en eso de las obras del río tienen unos anteojos muy largos que lo descubren todo de lejos... Celinda se ruborizó, al mismo tiempo que intentaba protestar. ¡Si me parece muy bien! siguió diciendo la mestiza . Ese don Ricardo es un buen mozo y excelente persona. Un gran marido para usted, si es que don Carlos, con el geniazo que Dios le ha dado, no se opone.

También al levantar por un momento la cabeza para quitarse los anteojos y limpiarlos, contemplaba, como los otros, una visión familiar. Su esposa, una mujer joven, de rostro dulce, estaba con una criatura de pechos en el regazo, entre dos niños y una niña algo mayores; pero ninguno de ellos pasaba de los siete años. La habitación modesta ofrecía un aspecto fresco y gracioso.

¡No, no, no es eso, no! interrumpió vivamente el viejo haciendo de buscar algo entre sus papeles; no, quería decir... pero ¿dónde están mis anteojos? Ahí los tiene usted, dijo Isagani.

Al lado de nosotros vino a sentarse una señora vieja, modestísimamente vestida, de semblante pálido y rugoso, cabellos blancos y anteojos ahumados. Nos hicimos una inclinación de cabeza, y apenas abrió la boca mientras duró la refacción. Ni el padre ni la hija me presentaron a ella.

Nebulosas, grupos estelares.= Por último, se conocen multitud de pequeñas manchas denominadas nebulosas, porque á simple vista ó con anteojos de escaso poder, se parecen á nubes luminosas. Examinadas con aparatos de gran aumento, muchas de ellas se descomponen en infinidad de estrellas; son, pues, grupos estelares.

Vestía un gabán de color de castaña con grandes botones, y bajo la visera de su gorra destacábanse las dos manchas negras de los anteojos con bordes de paño que abrigaban su vista enferma. Estaba sentado en un sillón de madera blanca y dorada, con las graciosas curvas del siglo XVIII; la seda antigua enseñaba, entre desgarrones y deshilachados, el lejano recuerdo de una escena pastoril.

El abogado suspiró, limpió lentamente sus anteojos, y observó: Tendrá en sus manos la administración de todo, y, por lo tanto, será difícil saber lo que desaparece, o cuánto guarda en su bolsillo. Pero, ¿qué motivo pudo tener Blair, o qué se posesionó de él, para haber dictado semejante cláusula? ¿Usted no le hizo notar la locura que cometía? , se lo hice notar. ¿Y qué le dijo?

¡Qué amable ha sido usted viniendo a vernos! dijo a la joven con un impulso irresistible. Tenía mucho deseo de conocer a su tía de usted. ¿Se la figuraba usted así? No mucho. Como dijo no qué personaje de comedia, «una tía es generalmente una mujer de edad», y la de usted ni siquiera gasta anteojos...

Tal facha y vestido con anteojos era de lo más ridículo que puede imaginarse. Los de la Regencia fluctuaban entre el enojo y la risa, y los extraños que presenciaban aquello, no disimulaban su contento por disfrutar de escena tan chusca.