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Actualizado: 21 de junio de 2025


Por entre la multitud de pasajeros, empleados y changadores que llenaban el andén, apareció Melchor acompañando a Ricardo. ¿En qué andan? Este, que quería comprar La Nación y La Prensa, a pesar de que yo los llevo. Y yo también. No importa replicó Ricardo; yo no puedo pasarme sin los diarios. ¡Pero si los teníamos!

Mis dos compañeros bajaron al andén, descubriéndose y dejando abierta la portezuela del coche. Por un momento fui presa de una profunda emoción.

Pensaba detenerse en la calle de Bravo Murillo, frente a la fábrica de gorras donde trabajaba Feli; aguardar la salida de ésta para hablarla de la fortuna que inesperadamente embellecía su vida. Paseando por un andén de la ancha calle, más allá de los Depósitos viejos, vio Isidro venir a un antiguo conocido. Vaya usted con Dios, don Vicente.

Al fin, presa de la mayor congoja, llegó a Madrid. Cuando puso el pie en el andén y vio a Tristán acompañado de Escudero y de Barragán le dio un salto terrible el corazón. Se dirigió corriendo hacia ellos. ¿Qué pasa? ¿Elena está enferma...? ¿Clara? Las dos están buenas respondió Tristán gravemente . Vamos a tomar el coche y allí te hablaremos del asunto que me ha obligado a telegrafiarte.

Venía el trasatlántico a acoplarse al muelle lo mismo que un vagón se junta con el andén, y los pasajeros no tenían más que avanzar por una corta rampa para verse en tierra. Llegó el Goethe hasta el desembarcadero, después de varias maniobras de los remolcadores. Un vapor italiano acababa de despegarse de aquél y se retiraba a otra dársena, luego de soltar su cargamento humano.

Si sólo se tratara del conde mi señor... merecido lo tiene, pero vos... vos sois distinta cosa... y creedme, doña Catalina... cuando dos almas se casan no hay nada que las divorcie; búscanse, se juntan, se acarician, por más que los cuerpos que las aprisionan anden lejos... y la memoria... ¡bendiga Dios la memoria, consuelo de desterrados!... Tormento de mal nacidos... ¿Por mal nacida os tenéis?

Manuel, en defensa de las comedias, impreso en el año de 1672: «¿Quién ha casado lo delicadísimo de la traza, dice, con lo verosímil de los sucesos? Es una tela tan delicada que se rompe al hacerla, porque el peligro de lo muy sutil es la inverosimilitud. Alargue la imaginación los ojos á todos sus argumentos, y los verá tan igualmente manifestados, que anden litigando los excesos.

Además, ninguno de nosotros tiene nada que ver en que ellos anden como el perro y el gato. Cambiando de conversación, preguntó: ¿Vas a Palermo? , iremos; a las cuatro viene el faetón. Bueno; ya que te empeñas...

«No sospechaba aquel ciego, tan inoportunamente alegre y decidor, que su amigo, su mejor amigo, al romper la marcha el tren había tenido tentaciones de arrojarse al andén; y después, de tirarse por la ventanilla a la vía, y correr, correr desalado a Vetusta, entrar en el caserón de los Ozores y coser a puñaladas el pecho de una infame...».

Cuando la máquina lanzó el grito de marcha y los compañeros que le habían ido a despedir le dijeron adiós con la mano en pie sobre el andén, se fue a sentar en un rincón del carruaje envuelto en una manta, aparentando dormir para entregarse mejor a sus dolorosos y sombríos pensamientos. ¡Oh, qué pensamientos tan dolorosos y sombríos!

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