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Actualizado: 21 de junio de 2025
Luego, el tren especial de los viajeros de América le había conducido á París, dejándolo á las cuatro de la madrugada en un andén de la estación del Norte entre los brazos de Pepe Argensola, joven español al que llamaba unas veces «mi secretario» y otras «mi escudero», por no saber con certeza qué funciones desempeñaba cerca de su persona.
Lo veo respondió el Capitán, que le había seguido y que tampoco podía ocultar su sorpresa. ¿Conoces tú plantas que anden? No las conozco. Ni yo tampoco, ni tengo noticia de que los naturalistas hayan encontrado plantas con patas. Y ¿qué deduces de eso?
En aquella tierra están las casas apartadas, y algunas muy lejos de la iglesia, y pasando por la taberna vió que vendían vino blanco; fingió quererse quedar a otra cosa y dijo: "Anden, señores, con la malograda, que en un trote les alcanzo."
Mientras llegaba el tren, paseamos y departimos alegremente, riendo bastante con las ocurrencias de Pepita. Cuando el cuerno del guardagujas anunció la llegada, nos abalanzamos presurosos al borde del andén, y tuvimos el gusto de ver a la ventanilla de un coche a la condesita, que nos saludó con el pañuelo, muy regocijada y agradecida.
Pero como si el tren de Salamanca hubiera estado aguardando á que nos fuese grata la permanencia en la Estación de Medina para decir «¡Vámonos!», la campanilla, y el pito, y las voces de los empleados nos sacaron en esto de la contemplación de tan venerables ruinas y de sus grandes recuerdos históricos, obligándonos á correr más que aprisa hacia el andén, del cual nos habíamos alejado insensiblemente.
En el andén de Villanueva, desde una hora antes de la salida del tren, se advierte inusitada animación. Los viajeros y los curiosos se saludan, se confunden, forman grupos, hablan y discuten sobre los sucesos de actualidad, y hay momentos en que todos, hasta los bulliciosos maleteros, parecen héroes.
Hacía fresco, y para entrar en calor comenzó a pasear por el andén, presa de una impaciencia en que acaso era curiosidad la mayor parte: cada dos minutos miraba al reloj, y constantemente tenía el oído atento, esperando escuchar un timbre eléctrico, una campanada, un silbido, cualquier señal que anunciase la llegada del tren.
Miró a las gentes de buen aspecto que ocupaban el andén, sin alcanzar a ver al tío de su cuñado. Hubo un empujón general en las cubiertas. ¡A tierra! La salida estaba libre.
Me gusta como el mar: para bañarme; pero no para quedarme en él; me gusta Buenos Aires para pasar breves temporadas; ¡pero me sofoca la vida entre más de un millón de personas que se agitan, hablan, se mueven, atropellan, contagian, pegan, muerden! ¡¡Luján!! gritó en el andén la misma formidable voz de los «booletos». ¿Tendremos tiempo de bajar? preguntó Lorenzo.
-Eso de gobernarlos bien -respondió Sancho- no hay para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres; y a quien cuece y amasa, no le hurtes hogaza; y para mi santiguada que no me han de echar dado falso; soy perro viejo, y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme a sus tiempos, y no consiento que me anden musarañas ante los ojos, porque sé dónde me aprieta el zapato: dígolo porque los buenos tendrán conmigo mano y concavidad, y los malos, ni pie ni entrada.
Palabra del Dia
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