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Actualizado: 21 de junio de 2025


De donde se viene á colegir que tan bribones i tan perversos eran los fariseos como los inquisidores. Tomen ejemplo los que imaginan que solo las persecuciones pueden reducir al gremio de la iglesia á los que anden desviados de ella, en lo acaecido en España con el tribunal del Santo Oficio.

Hipólito, que marchaba respetuosamente detrás del grupo, se adelantó al llegar al extremo del andén pidiendo órdenes a Melchor: ¿Van a dar una vuelta, D. Melchor?... ¿o van al hotel?... ¿Qué opinan ustedes? Iremos a lavarnos dijo Ricardo. Me parece bien agregó Lorenzo, es muy temprano para pasear.

Aún duraba el argentino repique y ya Miranda volaba. En su aturdimiento no acertaba con la puerta. Que sale el tren, caballero le gritaron los mozos . Por aquí... por aquí.... Lanzose desatinado al andén: el tren, con pérfida lentitud de reptil, comenzaba a resbalar suavemente por los rieles. Miranda le enseñó los puños, y un sentimiento de impotente y fría rabia apoderose de su espíritu.

El tren acababa de entrar en la estación del Bragado, y de entre la concurrencia bastante numerosa que ocupaba el andén había salido este grito: ¡Señor Melchor Astul! El llamamiento se repitió hasta que, parado el convoy, descendieron los tres amigos, y Melchor, impresionado y nervioso, abriéndose paso por entre la concurrencia, respondía a los llamamientos gritando: ¡Aquí!... ¡Aquí!...

Todo este artificio grosero estaba arrimado a un andén muy espacioso y firme, construido por la naturaleza, al cual venían a parar en uno solo, desde la anteúltima revuelta de la bajada, el camino de la mina, casi paralelo a la costa, y el sendero del Miradorio que desde el punto de empalme se dirigía hacia el sur.

Pero ella le ama, y bien; yo he hecho cuanto he podido por emponzoñar los amores de doña Clara con él; ¿sabrá doña Clara que ese don Juan ha ido casa de Dorotea, ó indican un peligro mayor las preguntas de doña Clara acerca de ella? Las cartas de la reina.. ¡oh, oh! pues que se anden despacio, porque yo no tengo más amor ni más vida que Dorotea.

Iba, pues, a darle una respuesta evasiva cuando le vi dirigirse apresuradamente al otro extremo del andén y saludar a una joven bonita y muy elegantemente vestida, que acababa de dejar la sala de espera. Podría tener unos treinta o treinta y dos años y era alta, morena y algo gruesa.

Pasaron unos instantes y, disminuida ya la confusión, se fijó en un hombre que quedó en medio del andén, solo, mirando desorientado a todas partes, sin soltar una cesta y un saco de alfombra que llevaba en las manos, dudosamente limpias.

Son proposiciones que le hace un empresario amigo mío. Vaya usted tranquilo. A las diez salía el tren, y aunque la estación distaba poco de la fonda, a las nueve andaba ya don Juan paseando su impaciencia por el andén, tan contrariado y en tal estado de ánimo, que si en aquellos momentos hubiese aparecido ella, se la lleva consigo.

Aquí he de estarme toda la vida, ¿sabes? No hay duda que la vida es el placer, y buenos tontos serán los que se anden por ahí discurriendo insulsamente por montes y valles. ¡Y yo fuí tan imbécil que vi la felicidad en el amor insípido que me inspiró aquella pastora! ¡Qué fácilmente nos equivocamos!... pero ya he conocido mi error, y tengo la seguridad de no equivocarme más.

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