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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Triste cosa es que, al llegar casi á su término el siglo XIX, llamado de las luces, la humanidad haya adelantado tan poco, moral y políticamente, que, en el mismo centro de su más alta civilización, todos los hombres capaces de empuñar las armas anden cargados con ellas, haciendo el ejercicio, reuniendo con grandes gastos los más eficaces medios de destrucción, aprendiendo á matar y perdiendo en maniobras, revistas y paradas el tiempo que pudieran emplear en divertirse ó en producir cosas útiles y agradables, y teniéndose de continuo unos á otros en jaque y alerta; pero esto no tiene remedio y no hay para qué censurarlo.
29 toda oración y todo ruego que hiciere cualquier hombre, o todo tu pueblo Israel, o cualquiera que conociere su aflicción y su dolor en su corazón, si extendiere sus manos a esta Casa, 31 para que te teman y anden en tus caminos, todos los días que vivieren sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres.
Cargamos, pues, con todo nuestro ajuar, y echamos pie á tierra en el andén, acatando los altos é incomprensibles designios de las Empresas, que no han juzgado conveniente ahorrar á los viajeros esta hora de detención.
Pocas horas después, Luis, Justa y Soledad agitaban los pañuelos en el andén de la estación, mientras la pareja feliz les saludaba con los suyos asomada a la ventanilla del sleeping, lecho con ruedas, tálamo ambulante, símbolo acaso sobrado casto para quien tal idea tenía del amor.
Por su parte, el séquito de la novia empezó a animarse también, y a vueltas de algún suspiro y de limpiarse los ojos con los pañuelos y aun con el dorso de la mano, fueron rebullendo los grupos de hormigas negras, con ánimo de abandonar el andén. La incontrastable fuerza de los hechos las empujaba a la vida real.
36 tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, enseñándoles el buen camino en que anden; y darás lluvias sobre tu tierra, la cual diste a tu pueblo por heredad. 40 para que te teman todos los días que vivieren sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres.
En los labios del viejo Sarto apareció irónica sonrisa. ¡Dios los proteja a los dos! le oí murmurar. ¡Animo, joven! y su mano estrechó disimuladamente la mía. Volví al andén seguido de cerca por Federico de Tarlein y el coronel Sarto, y lo primero que hice fue cerciorarme de que tenía el revólver a mano y de que mi espada salía fácilmente de la vaina.
Sí, sí, bien... Pues bueno; esta mañana, lo ha visto medio Vetusta, al ir Mesía a tomar el tren de Madrid, el correo, el que sube... ¿estás? se encontró con esa ministra, que es muy guapa por cierto, en medio del andén. ¡Figúrate!
A todo esto había principiado á amanecer; visto lo cual, nos trasladamos al andén de la Estación, prefiriendo helarnos al aire libre viendo los rosicleres de la aurora, á los aires colados y á las crecientes vulgaridades del cafetín. El andén de la estación estaba tan silencioso como solitario.
¿Sabéis lo que yo haría en vuestro caso ahora mismo? prosiguió en alta voz. Pues me iría á casa, comería los puches, orinaría y me metería en la cama......Porque es triste que le anden á uno con las costillas en día tan señalado. Si mañana fuese día de trabajo, vaya con Dios. ¡Que segara el diablo por uno!
Palabra del Dia
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