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Los únicos recuerdos que me quedaban de la existencia de mi padre eran éstos: en los escasos momentos en que le daba un poco de reposo la enfermedad que le consumía, salía, ganaba a pie el muro exterior del parque y se paseaba horas y horas tomando el sol, marchando penosamente apoyado en un grueso bastón, dándome la impresión de la ancianidad decrépita.

Con un solo ejemplo se demuestra el poder de la rutinaria costumbre en aquel santo varón, y es que, viviendo en aquellos días de su ancianidad en la calle de Atocha, entraba siempre por la verja de la calle de San Sebastián y puerta del Norte, sin que hubiera para ello otra razón que la de haber usado dicha entrada en los treinta y siete años que vivió en su renombrada casa de comercio de la Plazuela del Ángel.

El invento de la coraza vaporosa hecho por los hombres les ha servido para poder utilizar las armas antiguas; pero estas armas son viejísimas, y aunque las ha conservado mucho la limpieza de los museos, estallan y revientan frecuentemente, por no poder resistir su ancianidad las funciones ordinarias de la juventud.

«El mundo entero aplaudirá ese golpe, «La humanidad consagrará loores, «Y el cincel de los grandes escultores «Os armará del salvador puñal. «Himnos sin cuento os rendiran los vates, «Párvulos tiernos, santas bendiciones, «Casta doncella, puras emociones, «Y admiracion la noble ancianidad.

Y aunque alcanzaron tanto no excedieron De las leyes antiguas que hallaron, Ni aun en una figura se atrevieron. Entiéndese que entonces no mudaron Cosa de aquella ancianidad primera, En que los griegos la comedia usaron. Ó por ser más tratable ó menos fiera La gente, de más gusto ó mejor trato, De más sinceridad que en nuestra era.

Mi carácter, que ávido busca estas emociones por todas partes, mi opinion respecto á los austríacos, la ancianidad respetable del veneciano que tenia delante de , su acento tierno y sentido, todo me penetró en el alma, todo me conmovió.

La alimentación, pobre y escasa, no llegaba a formar el más leve almohadillado entre el esqueleto y su envoltura. Hombres que aún no tenían cuarenta años, mostraban sus cuellos descarnados, de piel flácida y abullonada, con los tirantes tendones de la ancianidad.

Vestía una bata grasienta ya y traía la cabeza descubierta. Pero aquella cabeza, a pesar de sus blancos cabellos, no era venerable. Las mejillas pálidas, terrosas, los labios amoratados y caídos, la mirada opaca sin expresión alguna, no reflejaban la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio siempre repugnante y la señal de la idiotez, aterradora siempre.

Este, de pie, con su barba plateada y levemente ondulosa como la de los ermitaños de tragedia, con su calva central guarnecida de abundantes mechones canos, con su alta estatura, un tanto encorvada ya, se le figuraba la ancianidad clásica, adornada de sus atributos, coronando la cima de los tiempos. Y el patriarca, a su vez, creía ver en aquella buena moza el viviente símbolo del pueblo joven.

Su traje, sin nada que se contrapusiese a la ancianidad de la persona, era sencillo y elegante. Nada de dijes. Sólo botoncillos de nácar cerraban la bien planchada pechera. El lazo de la corbata blanca estaba improvisado sin artificio. El chaleco era negro. Pasaba el Barón por persona de conversación amenísima. Sus chistes eran repentinos, frescos y no recalentados ni preparados en casa.