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Actualizado: 20 de junio de 2025
Como entre la comedia The elder Brother, de Fletcher, y la de Calderón, De una causa dos efectos; entre la Twelfth Night de Shakespeare, y la comedia anónima La española en Florencia; entre la Maid of the Mill, de Beaumont y Fletcher, y La quinta de Florencia, de Lope; entre la Duchess of Malfy y El mayordomo de la duquesa de Amalfi, de Lope de Vega.
Todos volvían la vista en torno, indecisos sobre la gravedad del suceso... Pero pronto circularon noticias optimistas, que nadie sabía de dónde venían; esa opinión anónima que todos admiten, y en ciertos instantes enardece o inmoviliza a las muchedumbres... No era nada. Un varetazo en el vientre que le privaba de sentido. Nadie había visto sangre.
Por allí vaga alegremente la turba de elegantes ociosos y de lujosas cortesanas, que ostentan su hermosura cosmopolita y su fortuna de cotizacion mas ó ménos anónima.
Pero ese pedazo de conversación que oímos al paso y en que suena nuestro nombre, esa carta anónima que nos felicita, ese lector entusiasta como este Bellver que estrecha rápidamente nuestra mano con efusión, con sinceridad, y luego se marcha... todo esto, ¡qué grato es y cómo compensa del trabajo rudo y las tristezas!
Y, en efecto, había comprendido lo que me había dicho, nada difícil de comprender; pero a él no le comprendía. ¿Qué era aquel hombre que ante mí estaba, deglutiendo y raciocinando al propio tiempo, masticando y discurriendo, con tanta frialdad, escrúpulo y elegancia, vestido como un hombre de sociedad, sin una insinuación sensible del estado eclesiástico a que pertenecía, y que, de vez en vez, según hablaba, se asía con la mirada al retrato de una mujer a quien él mismo había empujado a la anónima sima prostibularia? ¿Qué era aquel hombre? ¿Un hedonista? ¿Un incrédulo? ¿Un hipócrita y un sofista, para consigo mismo y los demás? ¿Un desengañado? ¿Un atormentado?
Un gesto de dura curiosidad contraía los rostros; las manos sin misericordia, armadas de acero, hundíanse en los secretos de aquella carne fría, limpia, anónima, sin personalidad, que no recordaba su origen humano.
El argumento del apóstol traidor ante el vaso de nardo derramado inútilmente sobre la cabeza del Maestro, es, todavía, una de las fórmulas del sentido común. La superfluidad del arte no vale para la masa anónima los trescientos denarios. Si acaso la respeta, es como a un culto esotérico.
Y en aquel momento entróle deseo vehementísimo de ver toda la casa: era muy bonita y estaba todo muy bien puesto: el salón, los dos gabinetes, el despacho, la alcoba, el cuarto de baño, el tocador... Un cuadro le llamó la atención en esta última pieza: representaba un ramo de camelias, saliendo del centro el busto de una mujer rubia muellemente reclinada en aquel lecho de flores, con mucho arte dispuesto... ¡Oh!, no había duda, era la francesa anónima, la del nombre de píldora que tan cruelmente se le estaba atragantando a ella.
Paco Vegallana, cerca de Visitación, fingía resistir la fuerza anónima que le arrojaba, como un oleaje, sobre su prima Edelmira.
Además, del armario en que estaban faltaron varias obras que don José estimaba en mucho, por ser de esas que proporcionan el doble placer de recordar el tiempo en que se leyeron y afirmar las ideas que inspiraron: desaparecieron de la casa una Historia de las Cortes de Cádiz, la anónima del Reinado de Fernando VII, las Cartas a Lord Holland, de Quintana; una continuación al Mariana, escrita por Eduardo Chao; los Recuerdos, de Alcalá Galiano y otro de Toreno.
Palabra del Dia
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