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Y, en efecto, había comprendido lo que me había dicho, nada difícil de comprender; pero a él no le comprendía. ¿Qué era aquel hombre que ante estaba, deglutiendo y raciocinando al propio tiempo, masticando y discurriendo, con tanta frialdad, escrúpulo y elegancia, vestido como un hombre de sociedad, sin una insinuación sensible del estado eclesiástico a que pertenecía, y que, de vez en vez, según hablaba, se asía con la mirada al retrato de una mujer a quien él mismo había empujado a la anónima sima prostibularia? ¿Qué era aquel hombre? ¿Un hedonista? ¿Un incrédulo? ¿Un hipócrita y un sofista, para consigo mismo y los demás? ¿Un desengañado? ¿Un atormentado?

Su diligencia pasmosa trocábase en dejadez; y como las madres la reprendieran, no les respondía nada cara a cara; pero en cuanto volvían la espalda, dejaba oír gruñidos, masticando entre ellos palabras soeces. A este periodo seguía por lo común una travesura ruidosa y carnavalesca, hecha de improviso para provocar la risa de algunas Filomenas y la indignación de las señoras.

Y voy a lo que iba... Le he hablado de usted...». ¡De ! ; es preciso colocarse. Usted no puede continuar así. Mire usted, amigo Feijoo dijo Rubín masticando las palabras para salir de aquel atolladero . Yo no puedo admitir... ¿Y el decoro de los hombres? ¡Yo he profesado toda mi vida...! Música, música.

Confesaban que la comida les subía ya a la garganta; pero a pesar de esto, era tan excelente la carne tierna y jugosa, con su corteza tostada crujiendo entre los dientes, que todos despacharon su ración, masticando con lentitud y emprendiéndola después con los huesos. El tío se mostraba como un valiente. Juan, come ese pedazo le decía su hermana . Es lo mejor del plato. Bebe más, Juan.

Las pastorales, sinodales, bulas y demás entretenidas cosas que el libro traía, fueron el único remedio de su soledad triste, y lo mejor del caso es que llegó a tomar el gusto a manjar tan desabrido, y algunos párrafos se los echaba al coleto dos veces, masticando las palabras con una sonrisa, que a cualquier observador mal enterado le habría hecho creer que el tomazo era de Paul de Kock.

Siempre había en las cuadras caballos o mulas forasteras, masticando abundante pienso, y en los anchos salones se oía crujir incesante de botas altas, pisadas de fuertes zapatos, cuando no pateo de zuecos.

Aunque se atusó gravemente la preciosa barba y metió dos o tres veces los dedos por la rizada selva de sus cabellos, masticando algunas generalidades, comprendí que sabía tanto como yo sobre el particular. Fui con él a su cuarto y examinamos los libros donde se declaraban. Allí vi que mi adorada pronto estaría en edad de casarse con quien quisiera.