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Actualizado: 13 de junio de 2025
D. Álvaro, en esta época, disfrutaba siempre de mejor humor, y solía, mientras presenciaba, sentado sobre la hierba, los trabajos de la gente, contarles alguna anécdota chistosa de su juventud ó dar un poco de cantaleta con pesadez cómica á alguno de sus criados. El conde de Trevia vió á Laura, como hemos dicho, á su vuelta de Francia.
No es creíble que el sentimiento y el sobresalto del señor marqués fuesen tan grandes que le hicieran encanecer la barba de repente: creemos más bien que habría olvidado aquella mañana los secretos de alquimia de su tocador, sin duda por no tener presente la siguiente anécdota que le recomendamos: Cuentan de Carlos V que, visitando una vez cierto convento de Alemania, vio un monje que tenía la barba negra y el pelo blanco por completo.
Riccoboni, en sus Reflexions sur les differens theatres de l'Europe, Amsterdam, 1740, pág. 57, cuenta la anécdota, no por cierto inverosímil, de que un librero de Madrid acometió la empresa de reunir comedias españolas sin nombre de autor, y que las escritas por uno, dos y tres ingenios de esta corte llegaron á ascender á 4.800.
Una muchacha que estaba en la cocina, al oir la anécdota, se echó a reir con una risa aguda y comunicó su risa a todos. Rieron también de buena gana Martín y Bautista la manera de señalar del truhán, pero el campesino aseguró que él no tenía arte para estos cuentos. Le instaron para que siguiera y el hombre contó una nueva ocurrencia de Pernando.
Se encontraron en el camino a un muchacho de este pueblo que iba a Echarri-Aranaz y en su compañía tomaron por un camino de herradura que bordeaba la sierra de Aralar. Hablaron los tres de la marcha de la guerra, y el chico contó una anécdota de Dorronsoro, que no dejaba de tener gracia.
Primero Stirling, y luego cuantos han escrito la vida del gran pintor español, mencionan, al tratar de este período de su vida, una anécdota que aunque no comprobada por nadie, es hasta cierto punto verosímil.
Y don Matías seguía así con una velocidad de galápago, hasta contar una anécdota de una vulgaridad aplastante. Como hombre de poca delicadeza natural y de cultura rudimentaria, no era, ni mucho menos, un modelo de discreción, y a veces tenía salidas de patán que le regocijaban muchísimo.
En ese momento llegaban al corredor, en el que, asomado por la puerta de la sala y haciendo visera con la mano, decía Ricardo: ¿Se han quedado dormidos?... No, sería ofensivo le contestó Melchor al subir al corredor, porque con mala música no se puede dormir, según la célebre anécdota. ¿Y de dónde vienen? Nos alejamos un poco para oírte mejor.
Por eso la niña volvió á llorar, porque se reconocía menos admirada que antes, porque acababa de ver desvanecerse «su pequeña gloria». Traigo á colación esta anécdota, porque ella explica con limpidez y sobriedad aquel prurito á la vez desinteresado y egoísta, que todos los artistas tienen de eternizarse en la memoria de los demás.
Sin embargo, a instancias de los dos, el campesino contó esta anécdota en vascuence: «Un día Fernando fué a casa del señor cura de Amezqueta, que era amigo suyo y le convidaba a comer con frecuencia. Al entrar en la casa, husmeó desde la cocina y vió que el ama estaba limpiando dos truchas: una, hermosa, de cuatro libras lo menos, y la otra, pequeñita, que apenas tenía carne.
Palabra del Dia
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