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Actualizado: 29 de junio de 2025
Estaban revestidos de un esmalte un poco amarillento, pero tan sólido que de él se hubieran podido construir piedras de molino. El blanco de sus ojos era también algo amarillento; no obstante, no se podía negar que tenía unos ojos muy hermosos. En cuanto a su boca, no dejaba nada que desear, y debajo de sus mostachos se advertían unos labios rosados como los de un niño.
La montaña, desde que yo no andaba por ella, había cambiado mucho de aspecto: los robledales que dejé bastante bien vestidos todavía, aunque con el ropaje mustio y amarillento, se hallaban completamente desnudos, y lo mismo les pasaba a las hayas y a los arbustos de «hoja mudable». El suelo estaba «deslavado»; la yerba de las brañas, tendida y atusada como el pelo de una cabeza recién sacada del agua, y era cada hondonada un torrente.
En la noche convenida, cuando cesó de oírse el ruido leve de sus pasos vigilantes, las tres muchachas se juntaron en medio del salón. Temblaban de miedo. Se acercaron cautelosamente a la celdilla grande, cuchicheando. Un hilo amarillento rayaba la juntura del cortinaje; pero la hermana Casilda dormía toda la noche con luz. ¿Por qué no vas a ver? dijo Adriana a una de sus compañeras.
Ella recordaba entonces, por amorosa comparación, el amanecer de invierno en el internado religioso. Se levantaban todas las colegialas para la misa del alba, y en el templo, a oscuras todavía, tres o cuatro cirios echaban un amarillento resplandor, que relucía en el reborde de algún candelabro o temblaba sobre la cara llorosa de la Virgen.
La tarde en que se terminó la siembra vieron avanzar por el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vellones, que se detuvieron medrosas en el límite del campo. Tras ellas apareció un viejo apergaminado, amarillento, con los ojos hundidos en las profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas.
Todo lo veía de un color amarillento pálido; entre los objetos y ella, flotaban infinitos puntos y circulillos de aire, como burbujas a veces, como polvo y como telarañas muy sutiles otras: si dejaba los brazos tendidos sobre el embozo de su lecho y miraba las manos flacas, surcadas por haces de azul sobre fondo blanco mate, creía de repente que aquellos dedos no eran suyos, que el moverlos no dependía de su voluntad, y el decidirse a querer ocultar las manos, le costaba gran esfuerzo.
Entre des arrugas se abrió un ojo amarillento, de feroz y estúpida fijeza, un globo empañado y maligno, igual al de las serpientes, que miró hacia el cristal como si pudiese ver más allá de esta muralla de diamante. ¡Me conocen! exclamó Freya con alegría . ¡Yo creo que me conocen!... Y enumeró las habilidades de estos monstruos, á los que atribuía una gran inteligencia.
El café de la Paz era grande, frío; el gas amarillento y escaso parecía llenar de humo la atmósfera cargada con el de los cigarros y las cocinas; a la hora en que los dos amigos conferenciaban estaba desierto el salón; los mozos, de chaqueta negra y mandil blanco, dormitaban por los rincones.
La tuba recién cogida es una bebida muy fresca y medicinal: en Tayabas la toman los tísicos y disentéricos. Cuando á la palma se la deja desarrollar el fruto, este presenta las señales de madurez por un color amarillento. El coco verde, ó sea el mura, da una bebida muy agradable.
Eran, siempre, obras de títulos sugestivos: «Galera de la inocencia», «Espejo milagroso», «Tristeza de los desheredados...» ¡El tipo venerable, el papel amarillento, la grave encuadernación frailuna, la cintita verde marcando la página, todo esto me encantaba!
Palabra del Dia
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