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Maximiliano te abrirá los brazos. ¿No ves que es como , un apasionado, un sentimental? Te idolatra, y los que aman así, con esa locura, se pirran por perdonar. ¡Ah, perdonar! Todo lo que sea rasgos les vuelve locos de gusto. déjate querer, grandísima tonta, y hazte cargo de que se te presenta un ancho horizonte de vida... si lo sabes aprovechar».

Se aman y admiran a propios en los que, fuera ya de este peligro de rivalidad, tienen las mismas condiciones de ellos. Los miran como una renovación de mismos, como un consuelo de sus facultades que decaen, como si se viesen aun a propios tales como son aquellas criaturas nuevas, y no como ya van siendo ellos.

Perdonarse deben las necedades á los que aman, porque el amor ciega; escrupuloso andáis más que monja, y os metéis á apreciar lo que á vos no toca. Bien me yo que doña Clara no piensa otro tanto. ¡Oh! ¡no!... pero os ruego, don Francisco... , por cierto... vamos á lo que importa: es el caso que yo tengo mucho sueño.

Y nosotros, amigo Pardo, volvemos con esto al tema de la cascada. Y bien, ¿ha quedado V. convencido de la verdad que encierra aquel tema, ó es de los que creen que las filipinas no aman? Creo como V., y en prueba de ello, le ruego que me entregue el autógrafo de la leyenda que nos contó en la cascada.

Prefería morir mil veces a padecer semejantes tormentos. Clementina la consoló como pudo. Emilio la quería muchísimo: le constaba. Sólo que los hombres tienen a lo mejor estos sofocos, lo que llaman los toreros, extraños. Como el corazón no está interesado, dejándoles sueltos un momento se hastían y vuelven a lo que verdaderamente aman.

Entonces habrás matado su felicidad; doña Clara Soldevilla, la conozco bien... te obligará á huir... pero él... él... te seguirá... ella... ella... puede ser que no sea tan honrada... si llegas á herirlos en el alma... porque se aman... ¡se aman! no necesitas más venganza... te habrás vengado horriblemente. ¡Pero si él quería seguir viniendo á mi casa! exclamó la Dorotea.

¡Pobre sobrinita! Los hombres que aman una sola vez son más raros que el Pico de la Aguja Verde. Entonces, tío, el hombre es un animal indigno. Sin embargo, yo estaba más contenta que escandalizada, y no pedía más que poder aprovechar de la indignidad inherente a la naturaleza humana. Con todo, Juno es tan linda. Mira este puente que te gusta tanto, Reina.

Otro hombre hubiera dicho, frotándose las manos de alegría: Bastardo ó no, soy hijo de un gran señor, y tengo una gran renta; las dos célebres hermosuras de la corte y del teatro me aman; la una será mi mujer, la otra será mi querida.

Pero la aman á medias dijo el Doctrino, porque no aman el verdadero sacerdocio de la revolución, que es destruir. Ya se ha destruido bastante indicó Lázaro: hagamos lo posible por llevar aunque no sea más que una piedra cada uno al gran edificio que se ha de levantar. Nada de eso: sin destruir es inútil pensar en edificar.

Francisco Montiño, pero no qué singular error, ha creído que la reina ama á ese joven... me lo ha dicho á ... Francisco Montiño es un ente muy singular, y puede haberos dicho lo mismo; esto es, que su majestad y ese caballero se aman; esto es absurdo, esto es monstruoso, esto no puede ser, tratándose de una señora tal como la reina doña Margarita de Austria, que por su nacimiento, por su virtud, y digámoslo todo, por su orgullo, está muy lejos hasta del pensamiento de una acción vergonzosa.