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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Por las mañanas, antes de salir, comprábamos algunos víveres y almorzábamos en el campo. Ugarte traía la leña, yo hacía el fuego y Allen guisaba. Se nos había hecho de noche a cuatro millas de Wexford. Entramos en una aldea y llegamos hasta la posada á pedir alojamiento.

Por fin, después de aquella larguísima noche, comenzó a aclararse la bruma y se presentó la mañana, una mañana triste, de un color sucio, como envuelta en lluvia y en barro. Los cuervos pasaron por encima de nuestras cabezas lanzando gritos estridentes. Parecían lamentarse de no ver nuestros cadáveres sobre el cieno inmundo de los pantanos. Allen vio de pronto el bote en una punta próxima.

Lo que, traducido literalmente, quería decir: A quince millas de la costa, en el río Nun, Norte 7 grados Oeste. Castillo viejo. Visual del ojo del elefante entre dos piedras a la peña afilada que hay a media milla cerca del río. En la sombra de las cuatro de la tarde del día 27 de Septiembre. Le di la traducción a Allen, quien me preguntó: ¿Usted quiere venir conmigo? ¿Adónde?

Yo había oído decir que en algunos puntos de Escocia y de Irlanda comen esas algas que se llaman laminarias, y era tal nuestra hambre, que intentamos tragarlas; pero fue imposible. Allen encontró unas lapas y nos llamó. Fuimos arrancándolas con la punta de la lima, y esto nos sirvió de comida para todo el día. Decidimos encallar el bote y pasar la noche en tierra.

Allen dijo que podíamos hacer unas a modo de suelas anchas para los pies, y al llegar a los pantanos sujetarlas como unas sandalias y buscar la parte más dura del cieno. Aceptada la idea, decidimos fabricarlas con unas tablas finas. Allen pidió al master madera para hacer dos cajas, una para él y otra para , para guardar nuestros efectos.

Marchábamos por la orilla del mar, subiendo y bajando por una sucesión de colinas de poca altura, cubiertas de matorrales. Veíamos a lo lejos ruinas negruzcas de algún castillo, casas de campo, cuyas chimeneas arrojaban columnas de humo en el aire, verdes praderas, lomas también verdes y algunos bosques espesos y sombríos. El primer día, por la tarde, comenzaron las reyertas entre Ugarte y Allen.

Conseguimos que nos diera de cenar, por la insistencia de Allen. Luego, mientras nos servía la cena, nos preguntó: ¿Qué son ustedes? -Marinos. Hemos naufragado en la costa hace ocho días y venimos andando. -Si son ustedes marinos, vayan ustedes a casa del capitán Sandow. Allí les aceptarán. ¿Quién es el capitán Sandow?-pregunté yo-. ¿Un militar? -No; es un antiguo capitán de barco.

Cuando estuvo acabado, Allen se sentó varias veces en la parte de afuera de la pared agujereada por nosotros a tocar el acordeón, y con el dedo untado en alquitrán fué tapando las rendijas que podían verse. Ya hecho este primer camino, discutimos entre los tres una cuestión importante: la manera de cruzar el pantano de la orilla. Por él, según decían, era tan imposible andar como nadar.

Con esta capa de grasa desapareció el frío. Ugarte y Allen hicieron lo mismo. ¿Y las maderas para los pies? dije yo. Aquí, a un lado, las tengo me contestó Allen. Esperamos a que terminaran de hacer la requisa. Si se habían dado cuenta de nuestra falta, era una locura intentar nada. Salió el master y su tropa, como de ordinario. Se renovaron los centinelas. No habían notado nuestra desaparición.

El quería que nos fuéramos los dos, dejando a Allen; en cambio, Allen había pensado en abandonar a Ugarte. Yo hubiese preferido ir con Allen y dejar a Ugarte; pero ya éste me daba lástima. -Creo que lo mejor-les dije a uno y a otro-es que cada cual tire por su lado, y luego nos reuniremos en Francia. -No, no; eso no.

Palabra del Dia

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