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Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio. Tratado Séptimo Cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con él

Cuando se vio sola, sin hablar a su madre para no perder tiempo, tomó el pañolón, se lo echó de cualquier modo en la cabeza y se fue a casa de don Paco, escapada. Llegó Juanita a la casa, llamó a la puerta y salió a abrirle la mujer del alguacil. Juanita le dijo: ¿Está don Paco en casa? ¿Está levantado y solo? Necesito verle y hablarle sin tardanza.

Aquel rebaño sucio, miserable y asustado, con la palidez del hambre en las carnes y la locura del terror en los ojos, era la piratería del Mercado, los parias que estaban fuera de la ley, los que no podían pagar al Municipio la licencia para la venta, y al distinguir a lo lejos la levita azul y la gorra dorada del alguacil, avisábanse con gritos instintivos, como los rebaños al presentir el peligro, y emprendían furiosa carrera, empujando a los transeúntes, deslizándose entre sus piernas, cayendo para levantarse inmediatamente, abriendo agujeros en la masa humana que obstruía la plaza.

Ustedes nos achacan á nosotros todas las faltas porque no ven más que nosotros que estamos cerca, dijo en acento menos arrogante; es natural, ¡no me estraña! el pueblo odia al soldado ó al alguacil que le prende y no al juez que dictó la prision.

Ayuntamiento: á saber, D. Juan José de Lezica y D. Martin Gregorio Yaniz, Alcaldes ordinarios de primero y segundo voto; y Regidores D. Manuel Mancilla, Alguacil mayor, D. Manuel José de Ocampo, D. Juan de Llano, D. Jaime Nadal y Guarda, D. Andres Dominguez, D. Tomas Manuel de Anchorena y D. Santiago Gutierrez, con asistencia del caballero Síndico Procurador general, Dr.

El Alguacil trató de su negocio sin meterse en más dimes ni diretes, deseando más que hubiese dares y tomares, y doña Tomasa estuvo empuñada la espada y terciada la capa a punto de pelear al lado de su soldado; que era, sobre alentada , muy diestra, como había tanto que jugaba las armas , hasta que vió sacar preso al que le negaba la deuda, libre de polvo y paja.

Todos se sosegaron, que ya estaban algo sobresaltados, y Monipodio salió a la puerta, donde halló al alguacil, con el cual estuvo hablando un rato, y luego volvió a entrar Monipodio, y preguntó: ¿A quién le cupo hoy la plaza de San Salvador? A dijo el de la guía.

Aquel rayo de luz le recordaba los rayos místicos de las estampas de los libros piadosos; él había visto en pintura que a los santos reducidos a prisión, y aun en medio del campo, les solían caer sobre la cabeza rayos de sol por el estilo del que le estaba molestando. No era idólatra, pero creía en el Hacedor Supremo y en su justicia, que tenía por principal alguacil la conciencia.

A las dos de la tarde entraban en Las Tres Rosas unos cuantos señores con papeles bajo el brazo, seguidos por un alguacil. En todo el Mercado, la aparición de los pajarracos de la ley produjo honda emoción.

Pero... un momento... un momento... Ni un instante. Os daré lo que queráis, si me dejáis dar una vuelta por la cocina y entrar en mi casa. Meditó un momento el alguacil. Se entiende que yo iré con vos. Venid dijo Montiño, disimulando su alegría porque se vió suelto. Vamos, pues dijo el corchete.