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Actualizado: 26 de junio de 2025


Basilio se mordió los labios, y las palabras de Simoun resonaron otra vez en sus oidos... ¿Habrán venido á prender á Makaraig? pensó, pero no se atrevió á preguntarlo. No esperó mucho tiempo; en aquel momento bajaba Makaraig hablando alegremente con el cabo, precedidos ambos de un alguacil. ¿Cómo? ¿usted tambien, Basilio? preguntó. Venía á verle...

En la iglesia el Obispo está rezando, Y oid lo que está el malo publicando. En pregon dice: "Pena de la vida, A la Iglesia mayor nadie se atreva Por hoy ir, porque es cosa conocida, Que el Obispo intencion muy mala lleva. Y pues que la tenemos ya sabida, No habernos menester, dice, mas prueba." Ayala su alguacil prestamente Al templo para echar fuera la gente.

Miró el alguacil con sobresalto a todas partes por ver si veía alguno, preparando el fusil al mismo tiempo; pero nada observó que le hiciese sospechar la presencia de los forajidos.

Esto sabido por el acuerdo, envió luego al alguacil mayor por el cuerpo para degollarlo en la Plaza de San Francisco, á fin de que sirviera de ejemplo y escarmiento; pero ya estaba enterrado, y se quedó así

Entre tanto, Montiño y el alguacil subieron á las cocinas. Lo primero que encontró Francisco Montiño, y lo encontró con espanto, fué al galopín Cosme Aldaba, caceroleando en las hornillas.

Ni por el Ayuntamiento, ni por casa del alcalde, ni por la escribanía, ni por parte alguna pareció don Paco, que de diario acudía a todas para desempeñar sus varias funciones. Fueron a casa de él, y tampoco le hallaron allí. El alguacil y su mujer, que le servían y cuidaban, no sabían cómo ni cuándo se había ido y no daban razón de su paradero.

Marchaban al paso, tímidas, anonadadas, haciendo comentarios en voz baja, siguiendo de lejos a una compañera infeliz que, retorciéndose y gritando como una fierecilla en el cepo, era arrastrada por un alguacil.

De común consentimiento aprobaron todos la hidalguía de los dos modernos, y la sentencia y parecer de su mayoral, el cual salió a dar la bolsa al alguacil, y Cortadillo se quedó confirmado con el renombre de Bueno, bien como si fuera don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, que arrojó el cuchillo por los muros de Tarifa para degollar a su único hijo.

Don Baltasar de la Cueva, conde de Castellar y de Villa-Alonso, marqués de Malagón, señor de las villas de Viso, Paracuellos, Fuente el Fresno, Porcuna y Benarfases, natural de Madrid, hijo segundo del duque de Alburquerque, caballero de Santiago, alguacil mayor perpetuo de la ciudad de Toro, alfaqueque de Castilla y vigésimo virrey del Perú, entró en Lima el 15 de agosto de 1674, ostentando dice un historiador en acémilas lujosamente ataviadas la opulencia que solían sacar otros virreyes.

Nadie sabe dónde hubieran llegado los apóstrofes y acriminaciones del multador alguacil Molino, corchete ganzúa, según el buen dictado e intitulación del soldado, si una inesperada peripecia no le cortara el rápido vuelo de su elocuencia.

Palabra del Dia

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