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Actualizado: 30 de junio de 2025
A falta de otros méritos decían de él los de la casa: «Ese es de los pocos que vienen aquí de verdad». Su nombre no figuraba gran cosa en el extracto de las sesiones, pero no había empleado, periodista o tertuliano de la clase de caídos que al ver el apellido de Brull invariablemente en la lista de todas las comisiones que se formaban, no dijera «¡Ah! sí: Brull el de Alcira».
Anoche se hablaba de su llegada en todas las casas decentes y no hubo señor que no prometiese abstenerse de todo trato con ella. Si cree que Alcira es como esas tierras donde se baila el can can y no hay vergüenza, se lleva chasco. Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo. Sí; ¡hijos míos! se lleva chasco. Aquí hay mucha moral, y sobre todo, mucho miedo al escándalo.
Cállate, Juan; me pones nerviosa con tus groserías. Callaré, hija; no quiero molestarte en un día como éste. Pero sólo me resta hacerte una advertencia. Los que están tan ahogados como tú, se agarran a un clavo ardiendo. Juanito posee una finca que vale algo: el huerto de Alcira, que has tenido que respetar en calidad de bienes reservables.
Entre usted, señoreta decía el rústico. Le enseñaré la Virgen ¿sabe usted? la Virgen del Lluch, la legítima, la que vino ella sola desde Mallorca hasta aquí. Allá en Palma creen tener la verdadera, ¿pero qué han de decir ellos? Les hace rabiar la idea de que Nuestra Señora prefiere a Alcira, y aquí la tenemos, probando que es la verdadera con los portentosos milagros que realiza.
Cual si no se hubiera realizado la unidad nacional, y el país siguiera dividido en taifas o waliatos como cuando existía un rey moro en Carlet, otro en Denia y otro en Játiva, el régimen de elecciones mantenía una especie de señorío inviolable en cada distrito, y al recorrer en el gobierno de la provincia el mapa político, siempre que se fijaban en Alcira, decían lo mismo. Ahí estamos seguros.
Que nadie le tocase su huerto de Alcira. Y no es que amase gran cosa una finca que sólo veía una o dos veces por año. Deseaba convertirla pronto en dinero; pero los ocho mil duros limpios que pensaba sacar de ella eran la base de su porvenir, la realización de sus ilusiones, el medio de establecerse y convertir a Tónica en dueña de una gran tienda de telas.
Es verdad que el río crecía y se desbordaba todos los años, llegando hasta los mismos pies de San Bernat, faltando poco para arrastrarle en su corriente; es verdad también que cada cinco o seis años derribaba casas, asolaba campos, ahogaba personas y cometía otras espantables fechorías, obedeciendo la maldición del patrón de Valencia; pero el de Alcira podía más, y buena prueba era que la ciudad seguía firme y en pie, salvo los consiguientes desperfectos y peligros cada vez que llovía mucho y bajaban las aguas de Cuenca.
Las Cortes iban a cerrarse, y obedeciendo las continuas indicaciones de los partidarios y de doña Bernarda que le pedían que hiciese algo fuese lo que fuese algo beneficioso para la ciudad, una tarde, a primera hora, cuando en el salón de sesiones no estaban más que el presidente, los maceros y unos cuantos periodistas dormidos en la tribuna, se levantó con el almuerzo subido a la garganta por la emoción, para pedir al ministro de Fomento más actividad en el expediente de las obras de defensa de Alcira contra las invasiones del río; un mamotreto que contaba unos sesenta años de vida y aún estaba en la niñez.
Vivían en un cuarto piso de la vía Pasarella, estrecha, sombría y de altas paredes, como las calles de la vieja Alcira; un callejón habitado por editores de música, agencias teatrales y artistas retirados.
Además, para la gente menuda, estaba allí el padre San Bernardo, tan poderoso como Dios en todo lo que tocase a Alcira, y único capaz de domar aquel monstruo que desarrollaba sus ondulantes anillos de olas rojizas. Llovía día y noche, y sin embargo, la ciudad, por su animación, parecía estar de fiesta.
Palabra del Dia
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