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Sentía el deseo de nadar un poco en aguas más profundas, pues el mar sólo le llegaba á la cintura en sus idas y venidas. Y después de acarrear cuatro piedras en vez de dos, se echó de espaldas en el agua, nadando mar adentro. Este simple juego produjo gran alarma en los buques y las máquinas aéreas, que hasta entonces habían evolucionado mansamente.

La proximidad el arrojo de los bárbaros mantenian á los pocos moradores del campo en una alarma continua; y se trataba menos de entanchar nuestro territorio, que defender la vida de sus habitantes.

Por donde quiera que pasan Estenoz é Ivonet, siembran la alarma entre los negros que encuentran pues les dicen que el ejército viene siguiéndoles y mata á todos los negros que halla en su camino.

La joven se puso de pie temblando y pronta a lanzar un grito de alarma; pero la señal que le hacía el joven y la muda plegaria que se leía en sus ojos detuvieron la voz en los labios de Elena. ¡Federico! ¡Ah, Federico! idos, apartaos de este sitio. ¡Silencio, silencio, os lo ruego! No me privéis de este instante de felicidad murmuró. No, no; es preciso que os hable, cueste lo que cueste.

Las mujeres, que no eran nada en otro tiempo, están a punto de serlo todo, gracias a las solteronas añadió con malicia. ¡Todo! exclamó la abuela. Las solteronas son entonces, según usted, abominables feministas.... No, no respondió el cura divertido por la alarma de la abuela.

Esta falsa alarma les dió excelentes resultados en un principio, puesto que la mayor parte de los negros campesinos, á los cuales importa muy poco lo de la "Ley Morúa", se apresuraron á engrosar las filas rebeldes.

Al asomarse vieron luces en el fondo; gentes que se agitaban en torno de un bulto tendido sobre las baldosas. La alarma había poblado instantáneamente todas las ventanas. Era una noche sin sueño, una noche de nerviosidad, que mantenía á todos en dolorosa vigilia. Se ha matado dijo una voz que parecía surgir de un pozo . Es la alemana, que se ha matado.

Dado el grito de alarma, toda la aldea, moriscos y cristianos, chicos y grandes, hombres y mujeres, corrieron al puente, y bajaron en todo lo largo de la orilla, cuál con hachas encendidas, cuál con cuerdas, cuál con tablas, y todos con voluntad de arriesgar su vida a trueque de salvar a la infeliz María.

Pimentó no podía retornar contra él, pero tenía amigos. Y dominado por súbito terror, echó á correr, buscando á través de los campos el camino que conducía á su barraca. La vega se estremecía de alarma. Los cuatro tiros en medio de la noche habían puesto en conmoción á todo el contorno.

Y mientras matizaba con sus exclamaciones la relación de la joven, pensaba con alarma que ya estaban en la calle de Gracia y él todavía guardaba en el cuerpo, completamente inédita, la declaración que tanto le inquietaba. En cuanto llegasen a la próxima esquina, interrumpía a la joven, aun a riesgo de ser descortés.