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Actualizado: 10 de junio de 2025
Los picadores Potaje y Tragabuches, mozos rudos y de acometividad, aficionados a riñas y «broncas», y que sentían una confusa aversión hacia los hábitos, le azuzaban en voz baja. ¡Ahí lo tiés!... Entrale por derecho... Cuérgale der morrillo una soflama de las tuyas.
La ira se le desbordaba, y para contenerla volvió a la alcoba. Su mente acalorada revolvía estas ideas: «Salió lo que yo me temía... Si lo dije, si esta mujer nos había de dar al fin un disgusto... ¡Ay, qué ojo tengo! A mí no me entraba, no me entraba; y siempre lo dije: 'ni con Micaelas ni sin Micaelas, podremos hacer de una mujer mala una esposa decente'. Ahí está, ahí está, ahí la tienen.
¿Sabe usted si es aquí cerca? preguntó Clara. ¿No hay otra taberna en esta calle? No, que yo sepa. Clara volvió á creer que no había Dios. ¿Qué estás diciendo ahí, enreaora? exclamó el hombre. Siempre te has de meter en lo que no te toca. Sí, señora. Hay otra tienda de vinos de un tal Pascual ... sí, señora: ahí en el número 14.
No habrá nadie hoy en el castillo, ni un solo invitado; mucho insistió sobre esto, y recuerdo su última frase, cuando estaba ahí en el umbral de la puerta: «No seremos más que cinco, vos, el señor Juan, mi hermana, mi cuñado y yo,» y agregó riendo: «¡Una verdadera comida de familia!» Diciendo esto salió corriendo. ¡Una verdadera comida de familia! ¿Sabes lo que yo creo, Juan, lo sabes?
Me acerqué a examinarlos y, aunque disto de ser inteligente en pintura, me parecieron horrendos mamarrachos. Por una de las puertas vi salir a Villa, y me acerqué a él. ¿Al fin pudo usted llegar a la cocina? le pregunté riendo. Al fin. Nada más que un achuchón rápido ahí en el pasillo, ¿sabe usted? Aproveché el momento en que Pepita hablaba con ustedes. Estuve largo rato con Joaquinita.
-Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque, en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.
Pues aquí tienes compañera.... ¡Vamos, Juana; pronto, prontito, vea usted que Rorró tiene que irse!... Tía Pepilla puso en un extremo de la mesa el libro y el rosario, y quitándose el pañolón le arrojó sobre el respaldo de una silla. ¿Te vas hoy? Sí, tía; luego que acabemos. Ahí en mi mesa está una carta para Linilla. Mándela usted con el que venga de San Sebastián.
Belarmino creyó estar soñando. ¿Era aquélla la voz de un ángel acatarrado? ¿No hay cristiano o alma humana en este recinto? volvió a hablar la voz de flautín, sonando siempre al nivel del cielo raso. Oyéronse a continuación unas palmadas retumbantes, como el tableteo de un trueno. Belarmino, ¿estás ahí? rugió Xuantipa, desde las habitaciones interiores.
De ahí la otra manía de las fechas, los números, los símbolos, los jeroglíficos, de la cual tiene usted la prueba aquí igual que en cualquiera otra parte en que he considerado necesario imprimir la huella de un momento de plenitud o de exaltación.
Yo mataré a mi hombre. Y pronto. Venga esa mano. Ahí va. Ahora bajemos dijo lord Gray en el apogeo de su delirio. ¿A dónde? Al mundo. El mundo se ha hecho pedazos, no existe dije yo. Lo compondremos. Una vez se me rompió en mil pedazos un vaso etrusco que compré en Nápoles. Yo recogí los trozos uno a uno y los pegué perfectamente... ¡Oh, amada mía! ¿Dónde estás que no te veo?
Palabra del Dia
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