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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Por coincidencia, y aunque ella no hubiese leído el soneto de Lope, concebía imágenes pastoriles y acaso se figuraba a doña Agustina como a una mayorala o rabadana que llevaba en pos de , atado con un cordón, el manso que ella, la zagala Juanita, había cuidado con esmero, dándole de su sal a puñados.

Agustina se ofreció a seguir a su servicio, e Isidora lo aceptó con gozo, aunque no tenía en sus bolsillos una sola moneda. ¡Terrible contradicción! Ella no podía ser pobre, y sin embargo lo era. Ocupándose de arreglar la habitación y de procurarse algunas comodidades, ¡cuántas cosas echaban de menos!... Empezaron a nombrar esto y lo otro.

Como en el lugar entendía todo el mundo que cualquier decreto de doña Inés infaliblemente había de cumplirse, y como se divulgó que estaba decretado el casamiento de don Paco y de doña Agustina, apenas quedó persona que no lo diese ya por cosa hecha. No encarecer cuan fieramente soliviantaba esto y enojaba a Juanita.

Tentaciones tenía a menudo de detener a don Paco cuando pasaba por la antesala, de decirle que se arrepentía de haberle escrito la carta despidiéndole y de encomendarle que no entregase a doña Agustina el corazón, porque ella le quería para y le cuidaría con más regalo y mimo que ninguna otra mujer de la tierra.

Se cortó la uña despojándose de sus fuerzas taumatúrgicas y teratológicas, por obra y gracia de las tijeras de doña Agustina, que fue la piadosa Dalila de este Sansón de nuevo cuño. Doña Agustina, sobre un fondo de raso color de púrpura, para que resaltase mejor, colocó y guardó la uña como trofeo de su victoria en un passe-partout muy bonito que colocó en su alcoba.

Fray Alonso de Badajoz, prior del convento de San Agustín; fray Andrés de la Cruz, fray Rodrigo de Rocha, prior de Córdoba, y fray José Piloto, doctor en teología, reuniéronse en el día 22 de Julio de 1536, y se dirigieron en busca del Provincial de la orden agustina, fray Juan de las Casas.

Y era tanto más fácil este grabado cuanto que don Paco no sólo estaba muy de recibo, sino que tenía hermosa presencia y la merecida reputación de ser el hombre más entendido y discreto de Villalegre. Además, doña Agustina y doña Inés lo sabía de buena tinta estaba harta de viudez y de tener el corazón vacío o como tabla rasa y lisa, y deseaba hallar algo digno de que en él se grabase.

Hay muchos actores que, como aquella Agustina de que habla Edmundo Got, se empavorecen y desconciertan ante la hostilidad del público; pero, en cambio, otros, los más esclarecidos, gustan de luchar con él brazo á brazo y de fascinarle con su gesto hasta vencerle y obligarle á juntar las manos para aplaudir.

Subió á su cuarto para vestirse el traje de los días de fiesta, el calzón corto de paño verde con botones dorados de filigrana, el chaleco floreado, la blanca camisa de lienzo que la tía Agustina había hilado con sus manos primorosas; ciñó á sus pies los borceguíes de becerro blanco, cubrió su cabeza con la montera picuda de terciopelo, echó en seguida sobre sus hombros la chaqueta; tomó su palo.

Doña Agustina estaba tan satisfecha de aquella inusitada distinción y tan agradecida y sumisa a doña Inés, que sin dificultad recibiera en su corazón, como la blanda cera recibe el sello, el nombre, la imagen y el afecto de la persona que doña Inés quisiese grabar en él.

Palabra del Dia

rigoleto

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