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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Bien está; ¿pero no será mejor que antes bebamos unos vasos de sidra y os refresquéis un poco? Los enviados cedieron con gratitud. Nolo entró en la cocina de su casa y salió con algunas tajuelas. Sobre ellas se acomodaron los viajeros á la sombra del árbol. No tardó en llegar la tía Agustina con un jarro de sidra.
En aras de su amor a doña Agustina y de su renaciente fe, se cortó aquella uña maldita del dedo meñique, vara de virtudes de Satanás, y no volvió a electrizar, ni a magnetizar, ni a encender candiles, ni a tirar cañonazos con ella. Se cortó la uña como se cortan los toreros la coleta cuando dejan de torear y se retiran a la vida privada.
La tía Felicia, que estaba roja como un tomate y unas veces reía y otras lloraba y otras abrazaba á todo el que se ponía al alcance de sus brazos, quería lucir á su hija á todo trance, quería presentarla en la romería. La tía Agustina, que también deseaba lucir á Nolo, secundó calurosamente este proyecto. Nadie se opuso á él.
Lo primero que Isidora echaba de menos era su doncella, Agustina, tan aseada, tan lista, tan ligera, tan señorita. «No, no exclamó la joven con angustia . Yo no nací para pobre, yo no puedo ser pobre». Dios la amparó en aquella noche de prueba, porque al poco rato de haber lanzado la exclamación dolorosa, salida de lo más vivo de sus entrañas, llegó su cara doncella.
Se llama la señora A ti suspiramos, porque no resuella como no sea para lamentarse. Verdad es que ella está enferma, su marido es borracho, su padre ciego, y la casa, ¡qué puñales!, no está empedrada con pesetas...». Agustina dio un conmovedor suspiro, seguido de dos expectoraciones. Con esto anunciaba un relato sentidísimo de sus desgracias.
Pensaba en que él observaba quizá un prudente disimulo parecido al que ella observaba; y de esta suerte se avenía a perdonarle que no se rebelase contra doña Inés; que fuese tan obediente que de diario viniese a la tertulia; que no pocas noches, según Juanita averiguó, cumpliendo don Paco con el mandato de su hija, acompañase a doña Agustina hasta su domicilio, para que no fuese sola con la criada que venía en su busca, y que tal vez se mostrase cortés y galante con doña Agustina para que doña Inés no rabiara.
Por otra parte, Juanita era tan orgullosa, que por más que le doliese el recelo de que doña Agustina le quitase a don Paco, no quería, llamándole a sí, acudir al punto a evitarlo y quedarse con la duda de que él, no llamado, hubiese podido ceder y entregarse a otro dueño.
Era esta la noble viuda doña Agustina Solís y Montes de Allende el Agua, matrona de treinta y pico de años, aunque lozana, fresca, graciosa, de buenas carnes y mejor parecer, y con veintiocho o treinta mil reales de renta sobre poco o más o menos.
«El primer acto cuenta Got, obtuvo muchos aplausos; pero los otros dos fueron silbados y pateados, especialmente el segundo. El peso de la batalla lo llevábamos Agustina y yo. Agustina, que no consigue acoplarse del todo al repertorio moderno, empezó á vacilar, como de costumbre, y acabó por perder la cabeza. Me quedé solo y vencido... ó casi vencido.
A Juanita misma se la presentaba muy afligida por lo pronto, llena de remordimientos porque era o iba a ser motivo u ocasión de su muerte y muy inclinada a derramar lágrimas a la memoria de él o sobre su ignorada tumba, si es que le enterraban y ella sabía dónde y no estaba lejos; pero si Juanita le veía otra vez tan campante, y en las calles de Villalegre, acudiendo a sus ordinarios quehaceres, ya en la tertulia de doña Inés haciendo la corte a doña Agustina, Juanita le tendría por la persona más ruin y cuitada del orbe.
Palabra del Dia
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