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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Gracias al esfuerzo tenaz, incansable, rabioso de los dos cónyuges, aquello había prosperado lindamente. El tío Pacho se quebraba los riñones cercando y rompiendo terreno comunal para ponerlo en cultivo, plantando avellanos, construyendo almadreñas; la tía Agustina, su mujer, cuidando el ganado, hilando, fabricando quesos y mantecas que llevaba los jueves á vender á la Pola.
Eran las amigas de Lucía Rosarito, la hija de la fondista doña Agustina; Carmen, la sobrina del magistral, y varias doncellas de análoga posición, entre las cuales muchas soñaban con el blando sosiego, con la apacible uniformidad de la vida conventual, y hacían pintura tentadora de las delicias del claustro, del sentimiento suavísimo del día de la profesión, cuando coronadas de flores bajo el cándido velo, se ofreciesen a Cristo, con el refinado dulzor de añadir: «para siempre, para siempre». Oíalas Lucía sin que una sola fibra de su ser respondiese, vibrando, a aquel ideal.
Cuando Juanita veía pasar por la antesala a doña Agustina, que iba muy pomposa a la tertulia, la sangre del valiente oficial de Caballería que circulaba en sus venas se alborotaba toda, y necesitaba ella del dominio que tenía sobre sí para contener sus ímpetus y no arañar a doña Agustina.
Madre, tráiganos usted también pan y queso y algunos chorizos, porque éstos son amigos á quienes yo estimo por encima de todos los del llano. La tía Agustina los saludó cariñosamente. Cediendo á las instancias de su hijo, se presentó inmediatamente con un enorme pan de escanda tan oscuro como sabroso, y poco después un queso fresco y chorizos, fabricado todo de sus manos.
Palabra del Dia
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