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Actualizado: 2 de julio de 2025
Y de nuevo en marcha, perdiéndose en el primer recodo del río, haciéndome oír, como una carcajada su antipático silbido. Nos miramos a las caras: nunca he visto la desesperación más profundamente marcada en rostros humanos... ¿A qué insistir en la agonía de aquellos días como no he pasado, como no volveré a pasar jamás semejantes en la vida?
Salían otra vez a la luz de las estrellas, abandonando esta obscuridad de cripta, y el sol acababa por sorprender a la procesión en plena calle, apagando el resplandor de los cirios, haciendo brillar el oro de las santas vestiduras y las lágrimas y sudores de agonía de las imágenes. Gallardo era entusiasta del Señor del Gran Poder y del majestuoso silencio de su cofradía. ¡Cosa muy seria!
El hermano mayor, que, no obstante, ocupaba el sitio inferior, sintiendo la frescura del agua, que le oprimía como un círculo de hierro helado, hizo un violento esfuerzo, y se agarró a las rodillas del menor. Este, que oprimía el palo con todas las fuerzas convulsivas de la agonía, intentó apoyar su pie sobre el pecho de su hermano para ahogarle... ¡Desesperación! ¡Imposible!
Cuando la obligaban arrojaba al suelo ó á la cara de quien se la hacia tomar. Tres meses pasó esta señora en la agonía, no habiendo ya, una persona que quisiera permanecer en su compañía. Todos estaban fatigados, aburridos, de sufrirla.
Cerró los ojos, y una pereza de vivir que parecía sueño o sopor le embargó el ánimo. Quería detener el tiempo. Ya deseaba que tardase en volver doña Petronila: le asustaba la actividad, tenía miedo de cualquier resolución; todo sería peor. La muerte ya estaba en el alma. Los recuerdos lejanos bullían en el cerebro, como preparándose a bailar la danza macabra del delirio de la agonía.
Estás condenada á languidecer y á morir; de tu suelo no brotan ya sino la ambicion y el odio para prolongar el horrible dolor de tu agonía. Duerme, duerme, ciudad: duerme tranquila tu tranquilo sueño. Hescham no supo hacer mas que acelerar tu ruina. Tenía en todo el reino un solo hombre capaz de sostener su vacilante trono; y le entregó por meras sospechas de traicion al hacha del verdugo.
Semejante a una pálida azalea cruzada por rayas rojas, el frío rostro de la infeliz, manchado parcialmente de sangre, tenía el color de la cera, pero nada en él revelaba las contracciones de la agonía: por el contrario, una serena confianza y algo como una sonrisa todavía viviente le animaban; Levemente apartados los violáceos labios, detrás de los cuales asomaba apenas la perlada línea de los dientes; abiertos los párpados, las pupilas vueltas hacia el cielo, la muerta parecía estar en éxtasis, como si aún no hubiese abandonado la existencia del todo, deseosa de poder atestiguar que fuera de la vida humana, en el silencio y en la sombra, había por fin hallado el bienestar y la alegría.
El niño se adelantó dos pasos, y llevándose las manitas al pecho, prosiguió lentamente: Mas siento al alejarme una agonía, Cual no la suele el corazón sentir.. ¿En palabras de niño quién confía? Temo... no sé qué temo, Madre mía, Por ellos y por mí... Nadie respiraba; las lágrimas, al caer, no hacían ruido.
El sarcasmo y la rudeza de las palabras del antiguo marino, involuntariamente me hicieron recordar al célebre personaje de la Agonía, drama en que Larra dice por boca de un viejo contramaestre de los que acompañaron á Colón, «que las tormentas en tierra, son truenos que apenas se oyen y gotas de agua que ensucian». El capitán del Batea era un retrato del viejo lobo de la Niña.
Pero esta alma tan extremadamente débil y sensible no podía hacer ni lo uno ni lo otro, sino vacilar contínuamente entre los dos extremos, enredándose cada vez más en los lazos inextricables de la agonía de un inútil arrepentimiento y de un oculto delito.
Palabra del Dia
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