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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Y agarraba un puñado de su sotana con los dedos crispados, como si quisiera rasgarla. Transcurrió un largo rato de silencio. Don Sebastián miraba al suelo con ojos duros, contrayendo sus manos como si quisiera agarrar a los invisibles enemigos. De vez en cuando sentía las punzadas de su enfermedad y suspiraba dolorosamente.
La primera vez que presencié esta escena quédeme triste, herido en el alma, y tuve impulsos de agarrar una de las barras del cabrestante y ayudar á aquellas gentes. Esto las hubiese extrañado; no sé qué falsa vergüenza me detuvo. Pero, cada día, tomaba parte en la operación, á lo menos con mis votos. Colocábame á su lado y las contemplaba.
Hasta tuvo conatos de agarrar una silla y sentarse al lado de ellos: pero Castro se lo impidió dándole, al descuido, un feroz y expresivo pisotón en los callos que le hizo volver en su acuerdo. Continuó, pues, su paseo melancólico y no tardó en sentarse de nuevo junto a sus futuras suegra y abuela.
Yo tengo buena ropa y podía ir todos los días lo mismo que hoy, pero no me da la gana; en cambio, no hay en la busca una hembra que, al agarrar entre los trapos una buena falda, no se la ponga para dar envidia a las compañeras. La mujer que anda mal vestida, así sea vieja y fea, es porque no puede ir mejor, pues ganas no le faltan.
Y todo eso con sólo agarrar la campanilla y hacer «tilín-tín». Yo no soy un bárbaro: comprendo la repugnancia de un caballejo en asesinar a un semejante suyo; la sangre ensucia vergonzosamente los puños de la camisa, y siempre es repulsiva la agonía de un cuerpo humano.
La intrépida hembra déjase agarrar, acogotar, por los terribles arpeos que el macho le lanza; y, en efecto, sale impune de la lucha. Ella es la que absorbe al compañero y lo arrastra consigo.
No hay una sola persona en el baile que no sepa que tu mujer está durmiendo a estas horas con el duque de Tornos. El joven quedó como si le hubieran dado con un mazo en la frente. Se puso densamente pálido. Trató de agarrar a la infame máscara para arrancarle la careta; mas no le fué posible. Doña Brígida se había escabullido como una anguila por entre la gente.
Intentaba agarrar a su mujer por los pies, mas esta brincaba con ligereza increíble y le atacaba por otro sitio con mayor brío, de suerte que el infeliz se vio necesitado a rendirse, dejando, sin resistencia, que su consorte le vapulease a su buen talante. Vamos, Paca, déjele usted ya le dije, interviniendo por humanidad.
Una vez cerca de él, no se le ocurrió nada más gracioso que agarrar por detrás al infeliz preceptor, levantarle en alto y apretarle con todas sus fuerzas: «¡Suélteme, D. Juan, que me hace daño!» gritó el tiple de San Isidro medio asfixiado y pataleando. D. Juan se reía sin soltar.
El desgraciado chino, casi sofocado, pálido como un muerto y con los ojos fuera de las órbitas, agitaba desesperadamente el brazo que le quedaba libre, haciendo por agarrar la cabeza del reptil, que tenía la bifurcada lengua fuera de la boca.
Palabra del Dia
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