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Actualizado: 8 de julio de 2025
A las ocho de la mañana sale vestido ya y ceñido, prendido y ajustado: ni una mota, ni una arruga lleva el frac: la bota es un espejo: el guante blanco como la nieve: la corbata no hace un pliegue: el pelo rizado, mejor diremos pintado: en todos los conciertos, en todos los bailes, en el paseo, en la luneta, erguido siempre, bailando, coqueteando. ¿Nunca se descompone, nunca se ensucia? ¿Qué secreto posee? ¿No le crece nunca la barba?
Me vuelvo loca. Que le cuides, Patros; mira que... PATROS. Ahora le llevaré dos bollitos. ELECTRA. No, no: que eso ensucia el estómago... Le llevarás una sopita... PATROS. ¿Y cómo llevo eso? ELECTRA. Es verdad. ¡Ah! Pides para mí una taza de leche. PATROS. Eso. Y se la doy en cuanto despierte.
Y todo eso con sólo agarrar la campanilla y hacer «tilín-tín». Yo no soy un bárbaro: comprendo la repugnancia de un caballejo en asesinar a un semejante suyo; la sangre ensucia vergonzosamente los puños de la camisa, y siempre es repulsiva la agonía de un cuerpo humano.
Porque así no hay alma que le dé un beso. La madre se puso colorada. No crea usted que le he dejado de lavar, que le he lavado dos veces hoy, señora; pero este arrastrao no sé dónde se ensucia tanto. Pues yo sí: revolcándose en la carretera. ¡Ah pícaro! ¡Corre, corre, que te pega tu madre!
Es la conocida influencia del ambiente, particularmente notoria en el individuo de la ciudad que se hace campechano residiendo en el campo, y la del campesino que se urbaniza residiendo en la ciudad, la del maestro de escuela que, dando y no recibiendo instrucción, se embrutece en la noble y fecunda tarea de "desasnar a las gentes", pues, como el domador de bestias a quien algo se le pega siempre de las bestias, como el barrendero que se ensucia limpiando las calles, a fuerza de transmitir saber a los que no lo tienen, suele agotarse hasta quedar "ignorant comme un maître d'école", a menos de reponerse constantemente por el libro, las revistas y los periódicos, que desempeñan en nuestros días el oficio de las vestales antiguas, manteniendo inextinguible la actividad mental, que es el fuego sagrado de la civilización liberal.
No, por una ausencia, que no es lo mismo, porque de lo pasado guardamos el uno y la otra la única memoria que nunca ensucia los recuerdos. ¿Y ahora? ¡Ahora!... ¿Sabes algo?... Nada sé; pero imagino que habrás hecho lo que hace poco me recomendabas. En efecto dijo Oliverio sonriendo. Luego se puso serio y continuó: En otro momento te contaré. Ahora no hay oportunidad.
Palabra del Dia
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