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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Es la primera vez que lo veo llorar. lo has hecho llorar con tu cuento del matrimonio. Adormecida por aquella mansa charla, Adriana se puso a pensar que junto a ella, anegado en la misma pena, estaba el hombre elegido por su corazón. Brillaron en su espíritu los maravillosos recuerdos.

No había labios en Raveloe que pudieran dejar caer una palabra capaz de despertar la fe adormecida de Marner, y hacer experimentar una sensación de dolor. En las primeras edades del mundo, como es sabido, se creía que cada territorio estaba habitado y gobernado por sus propias divinidades.

¿Cómo ha de aprender a evitarlo, si lo presentan a sus ojos con el encanto de lo prohibido por aliciente, con el incentivo de la curiosidad por guía y el aguijón de la edad por cómplice? Desengáñate, Tirso, no es este momento de que intentemos convencernos mutuamente; más no se le debe despertar la malicia a quien, como ella, la tiene adormecida; que sus impulsos no los sofoca luego nadie.

Mi conciencia reposaba como una paloma adormecida. Por lo visto, el esfuerzo supremo de voluntad que tuve que hacer para abandonar las dulzuras del boulevard y de Loreto, y surcar los mares hasta el Celeste Imperio, parecían a la Eterna Equidad una expiación suficiente y una peregrinación reparadora. Y Ti-Chin-Fú, ya calmado, regresaría con su papagayo a la sempiterna inmovilidad.

El hombre sin sensaciones carece de materiales para el entendimiento, y además se halla privado del estímulo sin el cual su inteligencia permanece adormecida. Cuando Dios ha unido nuestra alma con un cuerpo, ha sido para que sirviese el uno al otro; por lo cual ha establecido esa admirable correspondencia entre las impresiones del cuerpo, y las afecciones del alma.

Lloraba; lloraba silenciosamente, sin estremecimientos ni hipos de dolor, como si su llanto fuese una función natural largamente contrariada. Por fin se abría paso la desesperación, adormecida toda la tarde, engañada por los momentos de olvido voluptuoso. Y las lágrimas sucedían a las lágrimas, trazando luminosas tortuosidades sobre el fondo mate de su cutis.

Una arruga vertical en la frente y las comisuras contraídas de sus labios, revelaban insomnios y noches en vela. Contemplaba a Laura adormecida. Carmen, en medio de la habitación, preparaba un remedio mirando la copa al trasluz. También era otra, Carmen: parecía más crecida, más mujer; la aflicción persistente le había borrado del semblante la expresión infantil.

Si después otro accidente, que tiene relación con el primero, nos obliga a pensar en el anterior, se dice que despertamos un quién vives; es decir, se despierta la atención que estaba en el primer caso, ociosa o adormecida. De este modo tenemos en español muchas palabras sueltas, que explican tanto como una larga frase. Una palabra basta para encerrar un lato sentido.

Para disipar su enervamiento, se acercó a una ventana, levantó la cortina de antiguo guipur, y miró hacia el jardín que se extendía ante ella. En aquel día de sol de diciembre, nada había revelado el invierno ni la Naturaleza adormecida, tan verdes se conservaban la hierba y las plantas, si los árboles no alzaran al cielo sus ramas despojadas, como esqueletos descarnados.

Era la princesa de los cuentos que desea convertirse en pastora; y allí permanecía adormecida, a la sombra de sus naranjos, sacudida algunas veces por el recuerdo; queriendo gozar eternamente aquella calma, repeliendo con fiereza a Rafael, que intentaba despertarla como Sigfrido despierta a Brunilda atravesando el fuego. No: amigos nada más. No quería amor: ya sabía ella lo que era aquello.

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