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Actualizado: 6 de junio de 2025


«Hola, ven acá, mujer, dame un beso y un abrazo» le dijo la señorita, atrayéndola a con maternal cariño. Adoración se frotó bien la cara y el cuerpo contra la cintura y falda de su protectora.

Velázquez experimentaba esa adoración a la forma, por misma, que es el rasgo propio de los grandes artistas: tal vez veía en la belleza la principal manifestación de la suprema bondad, y no gustaba de mermarle sus encantos.

Parecía de carácter dulce y sumiso: una buena compañera, incapaz de estorbos en el viaje de la vida común. Tenía los ojos bajos y se coloreó su rostro al encontrarse frente a Jaime. En su actitud, en sus miradas furtivas, notábase el respeto, la adoración del que se siente intimidado en presencia de un ser que considera superior.

La adoración de las montañas existe todavía entre nosotros más viva de lo que se la cree. Iba yo un día pacíficamente por un pendiente desfiladero, obstruído por piedras sueltas. Encallejonábase allí el viento y me daba de cara, trayéndome con cada soplo una niebla de lluvia y nieve medio derretida.

Pues volviendo al edificio que tengo delante, nos alucina; no nos llama; pertenece al arte gentil, no al arte cristiano; es una especie de idolatría; no un culto; no una adoracion; tendré que decirlo otra vez: es un brillante anacronismo. El culto divino no hubiera perdido casi nada, si se hubiera llevado á cabo el pensamiento de Napoleon, que queria convertirlo en templo de la gloria.

Malo y horrible era haber lastimado el alma de don Braulio por la satisfacción de verse idolatrada, según ella suponía; pero era peor y más horrible el haber motivado la tragedia por una vanidad sin fundamento; por haberse engañado ella a misma, creando en su fantasía una adoración y un amor que eran para otra mujer y no para ella. Beatriz se mordió los labios de vergüenza y de despecho.

Otro día estaba nerviosa; la molestaban las miradas de Rafael, sus palabras de amorosa adoración, y le decía con brutal franqueza. No se canse usted. Yo ya no puedo amar: conozco mucho a los hombres, pero si alguno me hiciese volver al amor, no sería usted, Rafaelito.

Lo único que le molestaba era tener que ocultarla, no poder hacer pública su dicha para que se enterasen de ella todos sus admiradores. Hubiera querido transportarse de un golpe a la decadencia romana, donde los amores de los poderosos tomaban la majestad de la pública adoración.

Sus cantos de otros tiempos no dicen con qué sentimiento de adoración celebraban las «ochenta y cuatro mil montañas de oro» que ven alzarse bañadas en luz por encima de bosques y llanuras. Para muchos de ellos, los enormes montes del Himalaya, de nevada cumbre, de grandes ríos de hielo, son los mismos dioses en el pleno goce de sus fuerzas y de su majestad.

, la señorita Guillermina la quiere mucho... Como que ella y Mauricia son hijas de la planchadora de la casa... ¡Severiana!... ¿Dónde está esa mujer? En la compra replicó Adoración. Vaya, que eres muy señorita. La otra, que se oyó llamar señorita, no cabía en de satisfacción.

Palabra del Dia

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