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Clara no quiso acostarse y se estuvo hasta las primeras horas de la madrugada con su tía Eugenia, que dormía poco y vivía cada vez más miserable bajo un constante terror de todas las calamidades posibles e imaginables; unas veces de los grandes agentes físicos, el aire, el fuego, el agua, otras de los organismos microscópicos, bacilos, microbios, etc.

Ella estaba lejos... ¡Quién sabe lo que podría ocurrirle como un choque reflejo de este acto impío!... Hizo sus preparativos para acostarse, huyendo la mirada del retrato. Al tenderse en el lecho y quedar en la sombra, sus temores y remordimientos se fueron aligerando, hasta no ser más que tenues nubes que se llevaba el sueño por delante con la escoba del olvido.

Usted saber, ¿cómo está, John? . Usted saber, ¿tanto tiempo John? . ¡Bueno, pues; Chylee! ¡es lo mismo! Lo comprendí claramente. De-Hinchú deseaba acostarse y se valía de aquella palabra para dar las buenas noches.

Se había cansado pronto de hacer el galán y paulatinamente había pasado al papel de barba que le sentaba mejor. ¡Oh, y lo que es como un padre se había hecho querer, eso !; no podía ella acostarse sin un beso de su marido en la frente.

¡Ah, miserable! dijo el comerciante después de esos ejemplos ¿todavía se atreve Vd. a embarcarse? Calló el marinero, meditó algunos momentos y dijo después 80 al comerciante: ¿En dónde murió el padre de Vd.? En la cama. ¿Y su abuelo? En la cama. 85 ¿Y su bisabuelo? En la cama también. ¡Ah, miserable! dijo entonces el marinero después de esos ejemplos ¿todavía se atreve Vd. a acostarse?

Aquella noche, quando me iba á meter en la cama, entráron dos familiares de la inquisicion, acompañados de una ronda bien armada; diéronme un cariñoso abrazo, y me lleváron, sin hablarme palabra, á un calabozo muy fresco, donde habia una esterilla para acostarse, y un soberbio crucifixo.

Luego volvió á la lectura, pero en su dormitorio, acabando por acostarse con el libro en la mano. Sonrió con una sonrisa que parecía una mueca al pensar que su fatiga nerviosa le había hecho tenderse en la misma postura de los muertos. Fué pasando las páginas, sin perdonar una sola línea, y sin embargo no podía decir qué es lo que estaba leyendo.

Parecía una impúdica modelo olvidada de misma en una postura académica impuesta por el artista. Jamás el Arcipreste, ni confesor alguno había prohibido a la Regenta esta voluptuosidad de distender a sus solas los entumecidos miembros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a la hora de acostarse. Nunca había creído ella que tal abandono fuese materia de confesión.

El primer acceso fue violento en extremo: posteriormente, al acostarse, en seguida conciliaba el sueño; pero al poco rato despertábale la rabia del dolor, tardando algunas horas en recobrarlo; repitiéndose estos exacerbamientos hasta que, posesionado el mal de ambos pies, quedó el infeliz postrado y sujeto a pasar los días de la cama a la butaca, y de ésta a aquélla.

Fumaba incesantemente, aprovechando la generosidad de Ojeda, que le ofrecía cigarro tras cigarro. Su cabeza empezó a oscilar. Se entornaban sus ojos para abrirse de repente con un azoramiento de sorpresa, volviendo a cerrarse poco después. Al fin se durmió, y su respiración estuvo próxima a convertirse en sonoro ronquido. Tenía la costumbre de acostarse temprano.