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Actualizado: 9 de junio de 2025
La feroz pillería lo había arrojado en una acequia de aguas estancadas, y de allí le sacaron sus hermanos cubierto de légamo nauseabundo. Teresa le acostó en su cama al ver que el pobrecillo seguía temblando entre sus brazos, agarrándose á su cuello y murmurando con voz semejante á un balido: ¡Mare! ¡mare!... La madre reanudó sus lamentaciones.
No había sabido resistir las asechanzas del amor terrenal; no había sido como un sinnúmero de santos, y entre ellos San Vicente Ferrer con cierta lasciva señora valenciana; pero tampoco era igual el caso; y si el salir huyendo de aquella daifa endemoniada fue en San Vicente un acto de virtud heroica, en él hubiera sido el salir huyendo del rendimiento, del candor y de la mansedumbre de Pepita, algo de tan monstruoso y sin entrañas, como si cuando Ruth se acostó a los pies de Booz, diciéndole Soy tu esclava; extiende tu capa sobre tu sierva, Booz le hubiera dado un puntapié y la hubiera mandado a paseo.
Poco a poco se acostó en la arena, con el capote entre los brazos sirviéndole de almohada, y así estuvo algunos segundos, tendido bajo las narices de la fiera, que le olisqueaba con cierto miedo, como si recelase un peligro en este cuerpo que audazmente se colocaba bajo sus cuernos.
El modo de andar de aquel hombre, de quien no percibía más que el bulto, no era de un campesino. Gonzalo dormía aquella noche en Sarrió. Además, su cuñado era mucho más alto. Fuertemente sobreexcitada por una idea espantosa, se acostó otra vez, pero no logró dormir. Todo el día siguiente estuvo triste y preocupada.
Arrojado Candido del paraiso terrenal fué andando mucho tiempo sin saber adonde se encaminaba, lloroso, alzando los ojos al cielo, y volviéndolos una y mil veces á la quinta que la mas linda de las baronesitas encerraba; al fin se acostó sin cenar, en mitad del campo entre dos surcos.
¡Basta, hijos míos! Pepe, no te irrites interrumpió don José con acento débil no volverá, yo la suplicaré que no vaya... y preparadme la cena, que tengo mucha necesidad. Cenaron en silencio y Pepe acostó a su padre, sin querer ajena ayuda ni cruzar con nadie la palabra: después se recogieron doña Manuela y Leocadia.
Salió descalza de la alcoba, cogió el devocionario que estaba sobre el tocador y corrió a su lecho. Se acostó, acercó la luz y se puso a leer con la cabeza hundida en las almohadas. Si comió carne, volvieron a ver sus ojos cargados de sueño; pero pasó adelante. Una, dos, tres hojas... leía sin saber qué. Por fin, se detuvo en un renglón que decía: «Los parajes por donde anduvo...».
Echó entonces él mismo la carta en el correo, y a las dos se acostó sin desnudarse del todo, para descansar hasta el alba.
De la casa de la Ciudad y del arco del Triunfo. ¿Y qué traes? Muchas cosas, muy grandes y muy buenas. Mi mujer tomó una friolera y se acostó. Yo empecé á escribir esta desaliñada Revista, que me entretuvo hasta la una y media.
Dijo cosas desagradables á su sobrina, que no comprendía nada de todo aquello, y se acostó preguntándose qué mala partida podría jugar á Fortunato. La casualidad, ese cómplice de los que nada pueden, se encargó de proporcionarle un terrible desquite.
Palabra del Dia
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