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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea. ¿Y madre? Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre.... Bien; tráeme el café, hija mía.

Pues ahora déjame. Al quedarse solo volvió a contar el dinero, y al cabo de una hora se acostó. Estaba tranquilo, con esa falsa serenidad propia de quien, tras desearlo mucho, adopta una resolución muy grave. Tardó largo rato en conciliar el sueño. Su imaginación vagaba desvariando de unas ideas a otras, como si el razonamiento fuese incapaz de sujetarlas.

Irse a su casa sin encontrarla y darse un buen trote con ella... a distancia de treinta pasos, dábale mucha tristeza. Pero al fin se hizo tan tarde y estaba tan fatigado, que no tuvo más remedio que coger el tranvía de Chamberí y retirarse. Llegó y se acostó, deseando apagar la luz para pensar sobre la almohada. Su espíritu estaba abatidísimo.

¡Infeliz! ¡Se ha dejado morir de hambre! dijo el jugador con sorpresa. Así se llama esto repuso la mujer con voz apagada. Se acostó de nuevo, y volviendo la cara hacia la pared, entró en una rápida agonía. Aquel día enmudecieron el acordeón y las castañuelas, y se olvidó la Iliada y sus héroes.

Y se acostó en su cama, y volvió su rostro, y no comió pan. 5 Y vino a él su mujer Jezabel, y le dijo: ¿Por qué está tan triste tu espíritu, y no comes pan? 7 Y su mujer Jezabel le dijo: ¿Eres ahora rey sobre Israel? Levántate, y come pan, y alégrate; yo te daré la viña de Nabot de Jezreel.

¡Bravo recibimiento me hacéis! dijo el duque, á quien de antiguo no imponía espanto el peligro ; contaba con resistencia, porque os conozco bien; pero no creía que me presentáseis batalla. Si no os vais, os mato dijo la duquesa con la voz más serena y más sonora del mundo. Habéis de ser mía dijo el duque, y se fué. La duquesa desarmó el pistolete, y se acostó como si tal cosa.

Se enjuagó la boca con un poco de agua del cántaro; durante unos momentos el dolor se aplacó, y Ben-Tovit experimentó una ligera tirantez en las muelas. Dicha sensación, comparada con el dolor de hacía un instante, era incluso agradable. Ben-Tovit se acostó otra vez, se acordó de su nuevo asno y pensó que sería del todo feliz a no ser por el dolor de muelas. Trató de volver a dormirse.

Se acostó, no para dormir, sino para seguir dando vida ficticia en el horno siempre encendido de su imaginación a la visita del día siguiente y a las consecuencias de la visita. El marqués de Saldeoro entraba; ella le recibía medio muerta de emoción, le hablaba temblando; él le respondía finísimo. ¡Y qué claramente le veía! Ella rebuscaba las palabras más propias, cuidando mucho de no decir un disparate por donde se viniera a conocer que acababa de llegar de un pueblo de la Mancha...

Hacia las nueve, el frío se apoderó de ella y propuso volver al hotel. «Decididamente, dijo, quiero morir aquí; por lo menos estaré tranquilaPero después pensó que el Vesubio no había dicho aún su última palabra y que podría depositar una sábana de fuego sobre su tumba. Entonces habló de volver a París y se acostó con unos escalofríos que no presagiaban nada bueno. La viuda cenó a su lado.

Una vez que se haya marchado, representare mi papel valerosamente... No puedo salir del paso sino con audacia... Pero ante todo es preciso cobrar fuerzas. Se acostó y se durmió hasta el día. Á la misma hora en que Sorege abría los ojos, después de haber dormido como si tuviera la conciencia tranquila, Jacobo estaba en el yate encerrado en la cámara con Marenval y Tragomer.

Palabra del Dia

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