United States or Svalbard and Jan Mayen ? Vote for the TOP Country of the Week !


Decía a solas: «Más se me ha de agradecer a , que no he tenido de quien aprender virtud ni a quien parecer en ella, que al que la hereda de sus abuelos». En estas razones y discursos iba, cuando topé un clérigo muy viejo en una mula, que iba camino de Madrid. Trabamos plática y luego me preguntó que de dónde venía; yo le dije que de Alcalá.

En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros abuelos, así como en las líneas de nuestras facciones se reproducen y reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas. Febrer sonreía con inmensa tristeza.

Cada vez será más grande esta peregrinación dijo Maltrana . Sentimos la imperiosa necesidad del dinero como no la sintieron nuestros abuelos; y los que vengan detrás la experimentarán con mayor ímpetu que nosotros. Yo deseo ser rico: no tengo rubor en confesarlo; es lo único que me preocupa. Necesito saber qué es eso de la riqueza, y a conseguirlo voy... sea como sea. ¿Y usted, Fernando?...

Veía en él al más grande de los Ferragut: hombre de mar como sus abuelos, pero con título de capitán; aventurero de todos los océanos como él lo había sido, pero con un sitio en el puente, revestido del mando absoluto que confieren la responsabilidad y el peligro. Al reembarcarse Ulises, se alejaba el Tritón hacia sus dominios.

Al llegar Juanito al barrio de las Escuelas Pías entró en una calle estrecha donde estaba el caserón de sus abuelos, una interminable fachada pintada de azul claro, en la cual, corrió por compasión, rasgaban el grueso muro algunos balcones y ventanas, a gran distancia unos de otros. Juanito recordaba su niñez.

La pobreza surgía ante su paso, con todas sus molestias, en estos salones que le hacían recordar los espléndidos decorados de ciertos teatros vistos en sus viajes por Europa. Como si fuera un extraño que entrase por primera vez en su dormitorio, admiraba Febrer esta pieza, grandiosa y de elevado techo. Sus poderosos abuelos habían edificado para gigantes.

¿Tratáis así, señorita, a vuestros abuelos y al heroísmo? ¡Mis abuelos! ¡Nunca he pensado en ellos! y del heroísmo se me da un bledo. Pero ¿qué os ha hecho el pobre heroísmo? Es que como los romanos eran heroicos, según parece y yo detesto a los romanos... Pero, bailemos, en vez de charlar. Y partíamos, girando.

Era éste un flamante conocimiento del fox-terrier, en quien luchaba aún la herencia del país templado Buenos Aires, patria de sus abuelos y suya donde sucede precisamente lo contrario. Salió, por lo tanto, afuera, y se sentó bajo un naranjo, en pleno viento de fuego, pero que facilitaba inmensamente la respiración.

Vió á don Juan que miraba los retratos de familia de sus abuelos, y á doña Clara que los miraba también hechiceramente apoyada en el hombro de su marido con el más delicioso abandono. ¡Oh Dios mío! dijo la duquesa ¡y es preciso, preciso de todo punto! Y adelantó. Los dos jóvenes se volvieron.

El capellán nadie le llamaba por su nombre en la casa era lo que se decía hace cincuenta años un buen maestro: tal vez algo duro; más amigo de hacerse temer que estimar; antes partidario de enseñar lo que sabía que de inspirar amor al estudio; con ideas fijas vaciadas en la antigua turquesa donde se fundió la sociedad de nuestros abuelos; seguro de lo que tenía por bueno; irreconciliable con lo que juzgaba malo; ilustrado, pero intransigente; bueno, pero fanático.