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Actualizado: 19 de junio de 2025
Reunidas en el comedor, tenían las manos lánguidamente caídas sobre la carpeta de terciopelo rojo, menos Carmen, que con las suyas se cubría la cara para seguir más abstraída en la imaginación de las escenas que había evocado la anciana. ¡Qué mal hace abuelita, dijo Zoraida, de hablar así delante de esta chica! Tiene ya la cabecita llena de novelas.
Al buen fraile se le importaba una higa del aspecto de su figura... Ramiro consideró la fuerza de aquella dicha superior que así se burlaba de todas las vanidades del hombre. Vio llegar después una mujer vieja y espigada, la nariz corva, morena la tez, la mirada abstraída. Su negro ropaje andrajoso estremecíase en el céfiro como un libro quemado.
Mare bendita, ¿cuándo ha caído este cacho de firmamento? ¡Bendígate Dios, salero, que me has deshecho el alma con ese taconeo chiquito! Pocos transeuntes cruzaban sin verter en su oído algún requiebro. Los grupos se abrían para dejarla paso. La gentil tabernera marchaba sin fijar la atención en tales palabras, sin oirlas siquiera, totalmente abstraída de lo que la rodeaba.
Gloria, sin pestañear, la mirada fija y abstraída, los rasgos de su fisonomía levemente alterados, como le acontece a quien pone en el canto buena parte de su alma, concluyó la copla, bajando la voz hasta convertirla en murmullo vago, gorjeo suave que, al morir, asemeja un sollozo.
La primogénita de los señores de la casa, como de costumbre, no tomaba parte en el juego. Estaba sentada al lado de su madre totalmente abstraída de lo que la rodeaba, con los ojos fijos en el vacío. Por su rostro un poco marchito, pero siempre hermoso, se esparcía una intensa y singular palidez, y todo su cuerpo ofrecía señales de inquietud y zozobra.
De vez en cuando deteníase para echar piedras a los pájaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que asomaban entre las chumberas. ¡Lo que a él le importaba la muerte!... Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstraída, con los ojos muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin ver, sin reflejar pensamiento alguno.
La joven permaneció mucho tiempo abstraída en la contemplación del paisaje. De vez en cuando miraba hacia el puente colgante, como si pretendiera reconocer á alguien de los que pasaban la ría. Creyó por un momento ver algo blanco que se agitaba en la plataforma: tal vez un pañuelo que le saludaba con cierta discreción como temeroso de atraerse la curiosidad de la gente.
Quedó pensativa unos momentos; dio algunas vueltas por la estancia, completamente abstraída; se acercó al balcón y miró por los cristales. Al fin dijo, volviéndose a medias y con gran sequedad: Bueno, iré mañana a la hora de misa. Me ha preguntado con grandísimo interés por la niña. Dile que sigue lo mismo.
El joven tornó a decir: ¿Sabes lo mejor que podíamos hacer?... Pasar aquí la noche... Mañana temprano, yo bajaría al pueblo y avisaría a tu tía para que te subiesen ropa... Tampoco respondió la aldeana. Sentada sobre la yerba, con la cabeza baja, los ojos extáticos y mordiendo una brizna de paja, parecía abstraída en grave meditación.
Una hora larga hacía que la joven conversaba con el Amado de su corazón, sin que ningún pensamiento terrestre se deslizase en su arrobado espíritu. Nunca se sintiera tan abstraída y despegada de la carne y de los intereses mundanos. Todo el calor de su cuerpo se había refugiado en el corazón, que latía con inusitado brío. Tenía los ojos cerrados.
Palabra del Dia
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