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Actualizado: 14 de junio de 2025


El médico se había vuelto para ver lo que hacía Roberto. Este, abatido, al borde de la cama vacía, y con la cabeza hundida en sus manos, permanecía inmóvil. Sólo su respiración oprimida, que se escapaba de su pecho en soplos cortos e irregulares, revelaba la tempestad que se agitaba en su interior. Vuelve en ti, chico dijo el doctor posando la mano en el hombro de Roberto.

El criado se adelantó, y descubriéndose me dijo: ¿Usted es el señor que ha de ir a la hacienda? . Pues... ¡aquí están los caballos! Cuando usted lo disponga.... Entré, y me desayuné muy de prisa, sin apetito, abatido, silencioso. Tía Pepa se sentó a mi lado. Trataba de animarme, y hacía esfuerzos para disimular su pena. Llegó la hora de partir. No quise irme sin decir adiós a la enferma.

A un lado de la cama veíase al doctor con semblante abatido, desesperado, oprimiendo la mano de su hija, mirándola con la misma fijeza con que el jugador mira la carta en que arriesga su fortuna y buscando como él un postrer recurso en lo más hondo de su inteligencia. Al otro lado Amaury, tratando de sonreír no hacía en realidad otra cosa que llorar.

Ten misericordia de , oh Dios, ten misericordia de ; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé, hasta que pasen los quebrantos. 2 Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me galardona. 6 Red han armado a mis pasos; mi alma se ha abatido; hoyo han cavado delante de ; cayeron en medio de él.

Bolívar y Paez se vieron en San Juan de Payara el 16 de Enero de 1819, y pronto quedaron reconciliados por el deseo que en ambos existia de levantar el ánimo de sus soldados, algo abatido por los desastres del año anterior, y marchar en buena armonia desde enfonces al noble fin que les hacia exponer su vida en el campo de batalla.

Ya no eran solamente la delgadez singular, la fatiga y la inapetencia los fenómenos que se advertían en su organismo. En los últimos tiempos comenzó a sentir agudos dolores de estómago a ciertas horas del día, que le dejaban extremadamente abatido y triste.

El demonio de la soberbia, no obstante, abatido y aletargado con el golpe de la escapatoria, comenzaba á revolverse y hacerle cosquillas en el alma. El resquemo de la humillación no se suavizaba, antes iba siendo cada días más áspero é insufrible.

Muñoz, intrigado, pensó por un momento que Julio se había fingido tan abatido para evitar una explicación, o por alguna rara delicadeza de rival afortunado. ¡Lo que menos necesito es eso, su cortesía! exclamó en voz alta. ¿La cortesía de quién? le preguntó Charito. No haga caso, esta noche han de perdonarme cualquier desvarío. Es un mal momento de mi vida.

Encontré a Domingo muy abatido y la más viva expresión de pena se pintó en su rostro cuando me permití dirigirle algunas preguntas acerca de la salud de su amigo. Creo inútil engañarle a usted me dijo. Tarde o temprano será conocida la verdad de una catástrofe muy fácil de prever y, desgraciadamente, inevitable. Y me entregó la carta misma de Oliverio. «Orsel noviembre de 18...

, Melchor... ya estamos listos le contestó Lorenzo, profundamente abatido; ¿no tienes nada que mandar? Nada, ché... recuerdos... y si van por casa le dices al viejo que le voy a escribir... y que yo iré dentro de unos días... ¿Cuándo?... más o menos. ¡Hombre!... Cuando me desocupe. ¿Tienes algún trabajo que realizar?...

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